Editorial

Un discurso para una Nación que sufre

El Rey aludió a su padre, al exigir unas conductas públicas que obligan a todos

Tradicional mensaje de Navidad del rey Felipe VI
El Rey Felipe VI dirige a los españoles el tradicional mensaje de Navidad, el sexto de su reinado, desde el Palacio de La Zarzuela. EFE/Ballesteros/poolBallesterosAgencia EFE

Probablemente, el discurso que ayer pronunció Su Majestad no era el que demandaba una extrema izquierda embebida en sus propias cuitas, pero, sin duda, era el que necesitaba la nación española en esta Nochebuena extraña, con millares de familias atribuladas por las consecuencias de la pandemia y a las que el Rey se dirigió de manera especial, cercana, conocedor de primera mano, porque no en vano ha recorrido España durante los peores momentos de la crisis sanitaria, de las dificultades, los dramas, pero, también, de los esfuerzos que sus ciudadanos han tenido que afrontar.

Un discurso, en definitiva, para un pueblo que sufre y al que todavía le esperan grandes sacrificios, pero que debe, como insistió Don Felipe, confiar en sí mismo, en sus propias fuerzas y en su bien probada capacidad de reacción. Y si hubo, claro, una referencia a la cuestión sobrevenida del rey Emérito, que los escasos exegetas de repúblicas anheladas tratarán de destacar sobre lo que de verdad es importante, fue para reafirmar lo que ha sido una constante en su comportamiento desde que encarnó la Jefatura del Estado, que los principios morales y éticos que los ciudadanos reclaman de las conductas públicas obligan a todos, sin excepciones, y están por encima de cualquier consideración, de la naturaleza que sea, incluso, de las personales o familiares. Nadie, desde la buena voluntad, podrá regatear al Rey ni un ápice del doloroso sacrificio familiar que estos principios, por él proclamados, le ha supuesto. Una admonición con múltiples destinatarios, cierto, y más notable, si cabe, en la situación que atraviesa nuestro país.

Porque si el Don Felipe quiso trasmitir esperanza y trasladar a su pueblo el convencimiento de que se superará el trance, no ocultó la gravedad de la crisis, ni sus consecuencias más directas sobre la economía y la estabilidad social. Así, Su Majestad recorrió esa geografía del dolor por tantas vidas perdidas, por tantos jóvenes sin perspectivas laborales, por las empresas que han visto volatilizarse el esfuerzo de años, por los autónomos sumidos en la incertidumbre. Y frente a tanta zozobra, la confianza en las instituciones de un Estado democrático como el nuestro, sólidamente anclado en la Constitución y fruto del pacto entre los españoles, tras un largo periodo de enfrentamientos y divisiones, que sólo desde la estulticia y un reprobable sectarismo se pretende revisar. Porque la vigencia de la Carta Magna, como instrumento idóneo para preservar el futuro colectivo, constituyó, un año más, la esencia del mensaje Real en esta Nochebuena tan singular. Una Constitución, en definitiva, que, como destacó Su Majestad, es el fundamento de nuestra convivencia social y política, y un éxito en la lucha por la democracia y la libertad.