Editorial

Dogmas izquierdistas a falta de gestión

Es imposible separar –y tampoco es conveniente– las decisiones políticas de Pablo Iglesias de los factores psicológicos y de lo que más define su personalidad narcisista con accesos de despotismo. De esto último ha dejado sobrada prueba en el número de colaboradores, fundadores de Podemos y cualquiera que haya osado hacerle sombra, que han sido apartados, al punto de que la organización se ha convertido en un reducido núcleo privado, casi familiar y acólitos que siguen sus directrices sin rechistar. Decir «secta» se ajustaría por lo menos a su visión sectaria de la política, donde ha marcado unas líneas de trincheras irreconciliables, y sin capacidad alguna para la gestión de los asuntos públicos. Es sintomático que en apenas un año y tres meses, la vicepresidencia del Gobierno que ocupaba se le haya quedado pequeña, incluso algo que denota su dejadez de responsabilidades para centrarse en perfilar estrategias políticas conspirativas, siempre en beneficio de su propia supervivencia política. Tuvo que ser en el momento de la despedida cuando el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, el que –al fin– le lanzara un «elogio» envenenado: «Le he reconocido su labor con las residencias de mayores». Sabido es que como vicepresidencia de Políticas Sociales tenía la responsabilidad de las residencias –cuya gestión directa depende de las comunidades–, que han sido uno de los epicentros más dramáticos de la pandemia con 29.419, cifras oficiales también ofrecidas por su propio departamento. Su insensibilidad, su obcecación por mantenerse incólume en esta gestión, su sectarismo de culpar a los adversarios de esta tragedia, le llevó a que ni en una sola ocasión visitase y se interesase por las condiciones de estos centros. Esto sí, como sus correligionarios, criticaron el Hospital Zendal y cualquier otra iniciativa de gestión directa de la pandemia que saliese de una administración del PP. Puede que lo repita en la campaña electoral, aunque, sin acreditar una mínima gestión, todo quedará en la agitación habitual, sólo rentable en la movilización de su electorado más convencido. Ni siquiera algo tan a la medida de Podemos como la Agenda 2030, que sigue siendo una mero sello en la solapa, aún incluyendo entre sus objetivo el fin del hambre y la pobreza en el mundo, ha merecido su esfuerzo.

De la misma manera, despreciando cuanto no haya sido planificado por él y lo sitúe, por lo tanto, en el centro, así ha construido esa alternativa al «fascismo» que piensa encabezar en Madrid. Su objetivo era que Más Madrid pusiera a su disposición los 20 escaños obtenidos e intentar salvar la desaparición de Podemos en la Asamblea que, con 7 diputados, corre el riesgo de no alcanzar el 5%. La formación de Íñigo Errejón le ha cerrado el paso a esa posibilidad, algo que entraría en las cábalas de Iglesias, aunque no la sangrante: «Madrid no es una serie de Netflix».