Editoriales
Sí, Gabilondo es Sánchez
Advirtió que no iba a pactar con Iglesias y ahora le anima a gobernar juntos
La asombrosa campaña electoral de Ángel Gabilondo responde a la imposibilidad de tener que representar dos papeles a la vez: el que él mismo encarna con su abulia política –soserío de marketing–, demasiado engordada con preceptos éticos de manual que su propio partido es incapaz de cumplir, y ser Pedro Sánchez, o por lo menos ponerle voz y decir lo que el aparato monclovita le ha preparado. Sin duda, es una tarea ímproba para un hombre que siempre estuvo de paso en la política y que quería marcar diferencias con la burocracia socialista peor preparada de su centenaria historia, pero, como estamos viendo, sin conseguirlo.
Así que cuando anunció que de presidir el gobierno de la Comunidad de Madrid no subiría los impuestos –como de manera hipnótica repite la izquierda creyendo que así se resuelven todos los problemas–, de inmediato la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, le rectificó. Habría subida de impuestos por la sencilla razón de que había que atacar la línea de flotación de Díaz Ayuso. Hace unos días, en una entrevista en LA RAZÓN, Gabilondo dijo que él tampoco hubiera cerrado la hostelería, siguiendo el ejemplo de la administración popular en la región, claro que antes soltó aquello de que en Madrid hay «un 54% más de riesgo de morir de covid», un producto típico de la factoría sectaria del populismo que ha anidado en el PSOE sanchista. Impropio de quien arrancó la campaña advirtiendo que él nunca gobernaría con Unidas Podemos. Sin embargo, en el debate electoral del pasado miércoles tuvo la oportunidad de explicar por qué no pactaría con Pablo Iglesias y cuáles son la diferencias que hacen imposible un acuerdo. Pero no lo hizo y su elocuente silencio sólo tiene una explicación que él mismo reveló cuando dijo: «Pablo, tenemos doce días para ganar».
Si cuando el pasado 22 de marzo confesó que no pactaría con Podemos ya nadie creyó en su palabra porque la voz ventrílocua era la de Sánchez, oírlo en el debate de Telemadrid supone reconocer la mentira y absoluta dejadez de un candidato que no quería serlo, de un partido capaz de pactar con los enemigos declarados de la democracia liberal y un bloque de izquierdas que se vio obligado a pintar Madrid como un retablo apocalíptico para poder aumentar sus expectativas de voto. Y si había un serio riesgo de desanimar a su electorado con un discurso tan fraudulento y básico, el CIS de Tezanos ha venido en su ayuda planteando una situación inmejorable para llevar a Gabilondo a presidencia –muy a su pesar–, empaquetado en el bloque de izquierdas, incluido Iglesias, que ahora mismo tendría la mayoría, por encima de Díaz Ayuso, que, eso sí, le concede ganar las elecciones. Es decir, la falsedad en la que el candidato socialista ha basado su menguante campaña viene ahora a rubricarla un CIS al servicio del Gobierno, cuya mayor virtud, paradójicamente, es su falta de credibilidad.
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