Editorial

Del 15-M a la izquierda iliberal

Aquel movimiento fue utilizado por un partido contrario a la democracia liberal

Por encima de las muchas interpretaciones que se puedan hacer sobre el porqué del 15-M, hay un dato marcado en el calendario. Surge a raíz de la recesión económica de 2008 y del temor a que pudiese afectar a lo que hasta entonces se entendía como Estado del Bienestar. En nuestro país hay una fecha clara que tuvo efectos electorales directos en la política española: el 12 de mayo de 2010, el gobierno socialista de Rodríguez Zapatero anunció un traumático recorte del gasto social, exigido por la UE y las instituciones económicas internacionales, que permitió el triunfo del PP en las elecciones de 2011.

Hay quienes han comparado el 15-M con el mayo francés del 68, aunque el parecido es más por algunos tics propagandísticos imaginativos –como aquellas pancartas de «Se alquila esclavo económico» o, más castizamente, «No hay pan para tanto chorizo»– y una cierta espontaneidad inicial que luego fue reconducida por aquellos que se autoerigieron en «intérpretes» del movimiento, que por la huella cultural dejada. Había también un rechazo a la globalización, a cómo las nuevas tecnologías podían cambiar el mundo del trabajo y los servicios públicos, pero sobre todo introdujo una idea que ha resultado nefasta y ha marcado esta última década: aquel lema de «lo llaman democracia y no lo es». Después de todo, la gran acampada de la Puerta del Sol se produjo tras una manifestación convocada por un grupo denominado Democracia Real Ya. Partiendo, pues, de que vivíamos en una democracia irreal, se introdujeron conceptos como «régimen del 78», incluso «casta», y se difundió la idea de que la Transición fue un amaño de las oligarquías políticas y económicas.

Con ese mensaje inmaduro y manipulador –de la escuela populista que se abría paso–, se alzaron esos nuevos líderes que acabaron dando expresión política al 15-M. De los primeros pasos como movimiento de protesta que pide tener voz en un sistema globalizado donde las decisiones sobrepasan las instituciones locales, se pasó a Podemos, un partido que creció al calor de los «indignados», pero que en sí mismo representaba, ya no la vieja política, sino la política iliberal que rechazaba el «régimen del 78» y proponía un proceso constituyente cuyos referentes estaban en los regímenes bolivarianos, encabezado por Venezuela, y otras dictaduras aún más terribles.

No es extraño que aquellas protestas terminasen en los actos de «rodea el Congreso» y el «no nos representan» como expresión inequívoca de que su lucha no era por esta democracia real y, afortunadamente, imperfecta. Es paradójico que justo a los diez años de aquel mayo de 2011, ese partido sea el mayor enemigo de nuestro sistema de libertades. El 15-M, que pudo tener nobles objetivos en sus inicios, acabó siendo víctima de una izquierda totalitaria que ha envenenado la vida política española.