Editoriales

El turismo no merece tal desprecio

El Gobierno, en medio de la crisis, se ha desentendido de nuestra mayor industria

En 2019, el último verano antes de la pandemia, el turismo se había convertido en el sector de la economía española que más contribuía al PIB, por encima de la construcción y el comercio, que daba empleo a más de dos millones de personas y que generaba ingresos superiores a los 176.000 millones de euros. Hoy, sus pérdidas rondan los 135.000 millones de euros, tiene a más de trescientos mil trabajadores acogidos a los ERTE y muchas de sus empresas, que se sostienen con la respiración asistida de los créditos ICO, corren riesgo cierto de quiebra cuando llegue septiembre. Sólo en el último mes de mayo, los concursos de acreedores habían experimentado un incremento del 304 por ciento respecto al año anterior.

Por supuesto, nadie en su sano juicio puede obviar que ha sido la pandemia del coronavirus la causante de esta catástrofe, pero, con todo, el sector turístico español ha visto como se le sumaba el menosprecio de las instituciones gubernamentales a las dificultades propias de la circunstancia. Comenzando por su máxima responsable, la ministra del ramo, Reyes Maroto, el Gobierno se ha limitado a paliar los efectos más inmediatos de la crisis, sin articular las medidas que hubieran sido necesarias para preservar el tejido empresarial turístico y garantizar la supervivencia de las empresas, como sí han hecho las autoridades alemanas. Es un escándalo, y debería aparejar destituciones que España, la tercera potencia turística del planeta, no haya solicitado las subvenciones específicas de la Comisión Europea como sí han hecho Italia, Grecia, Portugal y Croacia, que son nuestros directos competidores.

Que la ministra Maroto se escude en la concesión de un programa de ayudas del Gobierno de 7.000 millones, –aprobado en marzo, y del que todavía no ha llegado un euro al sector– demuestra, cuando menos, incapacidad para entender lo que está en juego. Y lo mismo podemos decir de la pasividad de nuestra política exterior, ciertamente, abrumada por el desconcertante baile de aperturas y cierres, ante las restricciones impuestas por Reino Unido, que es nuestro principal emisor de turistas, cuando la incidencia de la infección, al menos en Canarias y Baleares, es similar o inferior a la que se registra en las islas británicas. El sector no ha sido tratado de acuerdo a su importante peso en la economía nacional. Difícil no reparar en el desprecio de una izquierda que, allí donde gobierna, no ha dejado de poner trabas al Turismo.