Editorial
Un partido de autor quieto y sombrío
El Comité Federal del PSOE es solo un vehículo de exaltación al líder
Pedro Sánchez sufrió una de las peores experiencias en su vida política en aquel tormentoso Comité Federal del PSOE de octubre de 2016 que le costó el cargo de secretario general del partido. Fue una vivencia amarga, en el que su liderazgo sintió en toda su crudeza las consecuencias del poder orgánico, y también la incidencia de los contrapesos y los equilibrios en la suerte de las formaciones. El control de los personalismos y los cesarismos que reposa y emana de la propia estructura en la singular convicción de que lo colegiado sana más que yerra. Históricamente, el partido socialista ha extraído y exprimido su fortaleza cimentada en robustos primeros dirigentes y consistentes órganos directivos. Hasta Pedro Sánchez, que hizo bueno aquello de no tropezarse una segunda vez en la misma piedra. Su recobrado liderazgo gracias a la democracia interna sirvió de manera fulminante para eliminar esa misma democracia interna, con una remoción estatutaria de la organización de tal forma que desactivó todo atisbo o recoveco susceptible de que germinara desavenencia alguna. Fue una venganza fría y expeditiva que convirtió el Comité Federal y la Ejecutiva Federal, especialmente el primero, en contenedores de loas y adhesiones inquebrantables al líder. Ayer, asistimos a una nueva exhibición de ese mando único, en el que Pedro Sánchez saboreó otra vez las mieles de un Comité Federal que apoyó sin fisuras los indultos a los dirigentes separatistas, su política para Cataluña y en general toda su gobernanza para el país. Ni una crítica, ni un pero, ni un matiz en una cita que hace poco más de cuatro años implosionó, entre otras cosas, por los planes para pactar con los independentistas. Atrás quedaron las corrientes, las sensibilidades e incluso las baronías como tales. El poder es un aglutinador extraordinario de voluntades mansas, y el absoluto lo es absolutamente. También queremos ser justos con el PSOE. No son los grandes partidos españoles un dechado de fertilidad en el intercambio de pareceres de puertas para dentro ni para fuera, convertidos en entes propicios a dramatizar la critica interna en lugar de favorecerla como un estímulo y un signo de riqueza y pluralidad. Pero Sánchez se ha convertido en un virtuoso de esta querencia insana y tóxica hasta transformar el socialismo en un colectivo quieto, sombrío y obediente, y por tanto estéril en el servicio público a la sociedad a la que supuestamente se debe.
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