Política
Sánchez nunca se enmendará a sí mismo
La conferencia de presidentes no cumplió con su primer deber que era trasladar a la ciudadanía un mensaje creíble de confianza y cohesión
El anuncio del consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, Enrique Ruiz Escudero, de que la incidencia acumulada a 14 días registrada el miércoles en la región era de 1.011 casos por cada 100.000 habitantes, con una subida de 201,96 puntos en un día, ofrece una perspectiva adecuada del intenso impacto de la variante ómicron, sin que, por lo demás, el escenario madrileño se encuentre entre los más preocupantes de la nación. Cataluña, el País Vasco o Navarra marcaron récord de nuevos contagios. La explosión de infectados se ha convertido en la tónica. A diferencia de otras olas, la presión hospitalaria no crece en proporción al número de los infectados, aunque ese mayor volumen de transmisiones es una variable imprevisible. Ómicron cursa con síntomas menos graves, pero, hay que insistir, su capacidad para replicarse multiplica las probabilidades de una expansión descontrolada. En este marco de razonable inquietud, la conferencia de presidentes, reunida ayer, no cumplió con su primer deber que era trasladar a la ciudadanía un mensaje creíble de confianza y cohesión. Fue una cita de descriptible y frustrante utilidad práctica, sin contenidos concretos ni conclusiones compartidas y solventes, como lamentablemente fue la tónica en oportunidades anteriores. Los discursos del Gobierno y de las administraciones autonómicas no convergieron ni en el diagnóstico ni en las respuestas. La aportación de Sánchez fue la vuelta con matices de la obligatoriedad de mascarillas en exteriores, el refuerzo de la vacunación con militares y la contratación de personal sanitario jubilado y prejubilado. Absolutamente insuficiente para gobernantes como Alberto Núñez Feijóo, Juan Manuel Moreno, Pere Aragonés o Iñigo Urkullu, que, además de restricciones más agresivas, demandaron mayores recursos en un fondo covid y solventar de una vez la confusión jurídica que pone en cuestión sus decisiones en los tribunales. El cariz de mascarada y humo de la intervención de Pedro Sánchez frente a un contagio desbocado nos parece un descarnado contraste con la estrategia sanitaria nacional que ha renunciado a desarrollar. Hace meses que Sánchez se ha decantado por colocarse de perfil para contener daños después de meses de desgaste en los que sus eslóganes se topaban con la tragedia sanitaria y el drama económico. El presidente nunca se enmendará a sí mismo ni abandonará esa fabulación en la que hemos vencido al virus hace más de un año con su receta de éxito –vacunación, mascarilla y distancia de seguridad– que ha salvado cientos de miles de vidas. Ómicron no lo altera, minimiza la infección y anima a celebrar la Navidad en familia. El inconveniente con Sánchez es que, dada la experiencia, recelar de sus consideraciones es un deber. Los españoles demandan certidumbres y franqueza, cohesión y liderazgo, seriedad sin alarmas, medios y capacidades, proporcionalidad para salvar la ola sin desatender ni la salud ni la economía. La conferencia de presidentes estuvo lejos de todas esas premisas.
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