Editorial

La oposición no firma cheques en blanco

No ha cambiado la insólita pretensión del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, de que los partidos de la posición avalen sus políticas en base a unas supuestas razones de patriotismo, exigido por circunstancias extraordinarias, siempre ajenas a su responsabilidad. De ahí que no supusieran novedad alguna los reproches preventivos hacia el nuevo presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, con pullas incluidas a su desempeño como presidente de la Xunta de Galicia, que hizo el jefe del Ejecutivo a menos de 24 horas del encuentro en La Moncloa entre los líderes de los dos principales partidos españoles.

En resumen, que si Feijóo no se aviene a aprobar el paquete de medidas de emergencia por la guerra de Ucrania pasará de jefe de una oposición con sentido de Estado a mero servidor de la extrema derecha, según el siempre ecuánime análisis de la vicesecretaria socialista, Adriana Lastra. El problema es que en el funcionamiento normal de las democracias occidentales los partidos de la oposición no suelen firmar cheques en blanco al Gobierno y, mucho menos, conceder adhesiones inquebrantables.

Vaya por delante, como hemos venido reiterando desde estas páginas, que nada sería más conveniente para los intereses generales que la conclusión de un gran acuerdo entre el PSOE y el PP que terminara con las servidumbres populistas del Gobierno de coalición y que atemperara las exigencias de las formaciones nacionalistas, pero la experiencia del devenir de la legislatura no parece propicia para la esperanza. Aun así, debemos insistir en que existen espacios para llegar a acuerdos, siquiera parciales, en materias tan importantes como la política exterior, la defensa o la renovación pendientes de los organismos judiciales, asuntos que, sin duda, serán tratados hoy entre Pedro Sánchez y Núñez Feijóo, y que sólo la presión de Unidas Podemos impide la rectificación de una política económica gubernamental mal encaminada y peor ejecutada. Si algo nos ha enseñado la pasada crisis financiera internacional es que resulta muy difícil enderezar el rumbo una vez que se viene abajo la productividad, y con ella los ingresos fiscales.

La prioridad debe centrarse en el apoyo al tejido productivo, en especial a las pequeñas y medianas empresas, y a los hogares, sobre todo, en unos momentos de alta inflación propiciada por las masivas compras de deuda pública del BCE y por la relajación de la disciplina presupuestaria. Toca, pues, bajar la presión impositiva, que está asfixiando a las clases medias, y afrontar la reducción del déficit, con ajustes perfectamente plausibles ante un Ejecutivo con inflación de cargos de designación directa y unas partidas presupuestarias que se presume sociales, pero que sólo refuerzan las políticas identitarias. Esa es la posición que debe mantener, y sin duda mantendrá, el nuevo presidente popular.