Editorial

Podemos, en el lado errado de la Historia

La Alianza Atlántica nació como la salvaguardia de las democracias occidentales frente al totalitarismo de la Unión Soviética. De ahí, que tras la caída del muro de Berlín y el proceso de democratización de los países que quedaron tras el telón de acero y sufrieron durante casi cinco décadas las tiranías comunistas impuestas por Moscú, estos se apresuraran a demandar su ingreso en la OTAN, no sólo para reafirmar la vinculación política con el mundo libre, sino para garantizar su recobrada soberanía nacional y la libertad de sus pueblos frente a la latente amenaza de la antigua potencia ocupante.

Quienes, entonces, se opusieron al proceso de ampliación de la OTAN, algunos, no todos, desde la confianza en que Rusia seguiría los mismos pasos hacia la democracia representativa que el resto de Europa y dejaría de ser un enemigo en potencia para transformarse en un socio económico fundamental, vieron truncadas sus esperanzas en cuanto algunos de los nuevos estados surgidos de la descomposición de la URSS, los más próximos cultural y socialmente al resto de los europeos, como Georgia, Moldavia y Ucrania, trataron de seguir la estela de los antiguos miembros del Pacto de Varsovia. Así, las intervenciones militares de Moscú, bajo la excusa de la protección a las minorías rusófilas, buscaban, por un lado, impedir la consolidación política y económica de las nuevas naciones y, por otro, el establecimiento de cabezas de puente estratégicas, de cara a un futuro proceso de recuperación de las viejas fronteras nacionales.

La aceptación, al menos, temporalmente, de esa «línea roja» marcada por Moscú, explica la pasividad occidental frente a las intervenciones del Ejército ruso en Transnistria, Abjasia, Osetia del Sur, Donbás y Crimea, que supusieron la desmembración de unos estados soberanos, que habían sido reconocidos por la comunidad internacional. Es, pues, evidente, que la política de apaciguamiento no ha funcionado con Rusia, devenida en un régimen unipersonal encarnado por Vladimir Putin, y que Occidente, donde militan la inmensa mayoría de las democracias plenas del mundo, tenía que reaccionar, con su principal instrumento de defensa, la OTAN, en vanguardia.

Y para los demócratas, quienes creen que solo desde el respeto a las libertades públicas de los ciudadanos y de la observancia de las leyes que emanan de la soberanía de los pueblos libres es posible alcanzar la paz, la estabilidad y la democracia, no hay otra elección posible que el reforzamientos de las capacidades militares de la Alianza y el acogimiento de aquellos países democráticos que se sienten en peligro. Pero, en España, no parece ser esta la elección de los socios comunistas del Gobierno, que siempre han estado en el lado errado de la Historia, allí donde toda tiranía puede ser justificada en nombre de una paz, que es la de los cementerios.