Felipe IV

Ermua reunió a la España de la libertad

En Ermua, con Don Felipe VI, recibido con el calor popular y el cariño, reclamaron la necesaria pervivencia de la memoria los principales representantes del pueblo español

El homenaje de Estado rendido a Miguel Ángel Blanco en el XXV aniversario de su secuestro y vil asesinato reunió en la localidad vizcaína de Ermua, con su Rey a la cabeza, a la España de la libertad, una de las democracias plenas del mundo, a la que, con el sacrificio de su propia vida, sirvió el edil popular en unos momentos de zozobra, cuando el terrorismo liberticida creía posible ponerla de rodillas ante la violencia.

Esto es lo que cuenta, por encima de cuestiones coyunturales que, sin restarle la importancia política que tienen, palidecen ante el hecho fundamental de que la sociedad española no sólo no ha olvidado la tragedia, sino que, como dijo Su Majestad, guarda la evocación de que unió la conciencia colectiva de la nación, injusta y cobardemente atacada, y fue el punto de inflexión en la defensa de nuestra convivencia democrática. En Ermua, con Don Felipe VI, recibido con el calor popular y el cariño, reclamaron la necesaria pervivencia de la memoria los principales representantes del pueblo español y algunos de quienes sufrieron más directamente el dolor del crimen, como su hermana, Marimar Blanco, y los propios vecinos del edil.

Y fue el Rey, que estuvo allí, en aquellos días terribles, como Príncipe de Asturias, quien nos impuso una tarea irrenunciable que compete a todos, pero, especialmente, a quienes rigen desde las instituciones del Estado los destinos de la nación. Una tarea, en palabras de Don Felipe, obligada porque «no nos podemos permitir que haya generaciones que ignoren lo que pasó en esos dolorosos días de nuestra historia; que no sepan cómo y por qué unió nuestra conciencia colectiva; que desconozcan algo que también contribuyó a asentar nuestra convivencia o el masivo movimiento que hubo en España tras un asesinato que marcó tanto nuestra vida democrática».

Sí, el espíritu de Ermua, que no puede morir porque, cada día, nos debe recordar el valor de la paz, de la vida, de la libertad y de la democracia, y convocarnos a la unidad en torno a nuestra historia reciente. Por supuesto, no asistió representante alguno de Bildu, pero, tampoco se les esperaba. Los herederos de los asesinos de Miguel Ángel Blanco todavía tratan de explicarse su derrota y recurren al argumentario con el que siempre han tratado de justificar sus crímenes, incluso, los más abyectos.

Tampoco ganarán la batalla del relato, al menos, mientras sigamos la tarea encomendada por el Jefe del Estado y expliquemos a nuestros hijos y nietos lo que fue aquel tiempo, en el que una sociedad ilusionada, que se abría a la democracia y la libertad, que se quería ejemplo de tolerancia y respeto, fue inmisericordemente atacada por quienes trataban de imponerse a fuerza de la violencia pistolera y la extorsión social. En definitiva, por el crimen. Veinticinco años después, la sociedad española no ha olvidado que la quisieron poner de rodillas.