Editoriales

El PSOE sucumbe al vértigo de las urnas

Las demandas del Partido Popular al Gobierno, en favor de un alivio a la presión fiscal que sufren hogares y empresas, fueron respondidas por algunos portavoces gubernamentales con esa proverbial mezcla de displicencia y desprecio que caracteriza a un PSOE que se cree en posesión de la verdad, con excesos verbales, como el de Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, vicepresidente primero del Congreso de los Diputados y secretario socialista de Política Municipal que tildó al líder de los populares, Alberto Núñez Feijóo, de «triste, insolvente e incapaz», o pataletas como la del presidente valenciano, Ximo Puig, exigiendo que se sancionara a la comunidad de Madrid por la supuesta «deslealtad fiscal» de su presidenta, Isabel Díaz Ayuso.

De ahí, que el anuncio hecho por el propio Puig, el hombre que más ha subido la presión fiscal a los valencianos, de un programa para deflactar el IRPF, junto con otras medidas de reducción de impuestos, no sólo supone una enmienda frontal a las políticas impositivas de La Moncloa, sino una suerte de justicia poética para quienes han venido apostando por una reducción de la cargas fiscales, como la mejor vía para compensar los efectos de una inflación disparada.

Ciertamente, no es cuestión de entrar ahora en la virtualidad de las propuestas del dirigente socialista valenciano, no exentas, en una primera lectura, de maquillaje, porque lo esencial es que traslada a la opinión pública una imagen bastante exacta del desconcierto en el que vive el partido socialista, incapaz de ofrecer una sola voz, una sola línea política frente al desafío de la actual crisis que atenaza a la sociedad española.

Por supuesto, detrás de tan lamentable espectáculo subyace el vértigo de las próximas urnas, acunado por unas encuestas que, con pocos matices, pronostican una caída general de los dos partidos que conforman el gobierno de coalición y que abren nítido camino a las formaciones del centro derecha. Así, tanto el presidente castellano-manchego, Emiliano García-Page, como el de Aragón, Javier Lambán, o el ya mentado Ximo Puig, tratan de controlar los daños que, intuyen, está causando la estrategia política del presidente del Ejecutivo, Pedro Sánchez, con una radicalización que busca, obviamente, pescar en el caladero electoral de Unidas Podemos, pero que está siendo demoledora entre las bases más moderadas del socialismo.

Con un problema añadido, que gobernar a golpe de encuestas, como hace el PSOE, suele resultar en una gestión embarullada y contradictoria como la que estamos viviendo, con el estrambote de cantar las loas de unas medidas económicas y fiscales que hace solo unas semanas eran denostadas por proceder del Partido Popular. Más allá de la sonrisa irónica que esta conducta produce en los ciudadanos, lo que cuenta es la sensación de que el Gobierno ya no sabe qué hacer.