Política
Lo que el triunfalismo sobre el paro esconde
Hay inquietantes síntomas de agotamiento del mercado de trabajo, que apenas mantiene el pulso con cargo a la disparatada deuda pública
Cualquier variación positiva del mercado de trabajo, en un país como el nuestro que padece los estragos de un alto paro estructural, debe ser bienvenida y ponderada. No se trata aquí de relativizar sin más los progresos, por menores y matizables que sean, por lo que supone de ciudadanos que al fin han logrado una salida laboral. Tampoco, claro, conviene alentar ni acompañar sin más el discurso de la euforia, estrambótico e hiperbólico del Gobierno, por los datos del paro registrado en octubre que se proyectan entre demasiadas sombras en un escenario general de estancamiento cercano a la recesión. El desempleo ha bajado en 27.027 personas (-0,92%), que ha supuesto el recorte más intenso en ese mes en la serie histórica, un periodo desfavorable para el trabajo. Pero en política, y también en economía, con esta izquierda socialista y comunista casi nada suele ser lo que parece. Habría sido reconfortante que este resultado se hubiera debido a una intensa y consistente actividad económica, pero no hay razón solvente que lo pueda sostener más allá de la propaganda oficial. Al contrario, pocas cosas cuadran cuando se criba el discurso monclovita en el cedazo de la lógica y la verdad del desempeño laboral del país. La elevada firma de contratos fijos-discontinuos, la criatura impuesta por la reforma laboral de Sánchez y Díaz, se encuentra en el origen del milagro fabulado. Ha permitido que los trabajadores estacionales –fin del verano–, ya inactivos, no consten como parados, aunque lo sean. El artificio es incontestable y abrumador en cuanto se verifica que los famosos contratos han crecido un 790%. Se adulteran las cifras para camuflar el paro cíclico propio de estas fechas repetido desde hace casi medio siglo. La operación chirría aún más cuando se compara con la marcha de los afiliados. Los 16.095 más en términos desestacionalizados se han traducido en el peor comportamiento en diez años. Mientras el Gobierno saca pecho y se jacta de crecimiento económico, liderazgo europeo e hitos laborales, Eurostat reafirma que España es el país con la mayor tasa de desempleo de la Unión, cercana al doble de la media europea. Esta es la realidad, con sus millones de personas detrás, que Moncloa evita en su jolgorio triunfalista. Es imposible enmendar o afrontar siquiera lo que se niega. Y este es un presente con un 21% menos de contratos registrados que el año pasado, un 32% menos que antes de la pandemia, y con un ritmo claramente a la baja, o un crecimiento extremadamente débil en el número de autónomos y en la creación de empresas. Hay inquietantes síntomas de agotamiento del mercado de trabajo, que apenas mantiene el pulso con cargo a la disparatada deuda pública convertida ya en el legado envenenado de Sánchez y de la coalición. Afrontaremos el ciclo recesivo que se cierne con tres millones de parados, envueltos en una burbuja que puede estallar en cualquier momento y con capacidad limitada para el auxilio.
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