Editorial

Los equilibrios en el alambre del Gobierno

Lo que conocemos por «sanchismo» prefiere esos plenos de infarto, llenos de parches legislativos de última hora o en los que el PSOE se ve obligado a adherirse a las propuestas pactadas por el PP con PNV y Junts para no quedarse desnudo ante la opinión pública.

Pedro Sánchez durante una sesión de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados.
Pedro Sánchez durante una sesión de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados.Alberto R. RoldánLa Razón

El «pleno escoba», con el que los socialistas inauguran oficiosamente las vacaciones de verano, volvió a reflejar la realidad de un gobierno obligado a buscar los apoyos parlamentarios de sus supuestos socios de investidura, cuyos intereses divergentes convierten la tarea en una suerte de equilibrios en el alambre, pero, también, la de una manera maniquea de entender la gestión de los problemas, en la que es más importante descargar la responsabilidad en el adversario, en este caso el Partido Popular –«retratarlo» en chusca expresión del portavoz socialista Patxi López–, que acordar los medios para solucionarlos.

Por supuesto, no es la primera vez que el Ejecutivo sufre las consecuencias de contar con una exigua mayoría en el Congreso en la que cada partido «aliado» –con la excepción de Bildu, atado por las promesas de libertades anticipadas hechas a sus presos– tiene a gala «hacerse valer» frente a La Moncloa o responde a criterios meramente electoralistas, como sucedió con la ley del suelo y la del proxenetismo, pero hay cuestiones, como el techo de gasto o la reforma de la ley de Extranjería, fundamental ante el endurecimiento de la crisis migratoria, que en cualquier democracia normal y cuando el partido del Ejecutivo está en minoría, llegan a las cámaras con los respaldos suficientes ya acordados y, generalmente, tras un periodo de consulta y negociación.

Pero, como venimos señalando, lo que conocemos por «sanchismo» prefiere esos plenos de infarto, llenos de parches legislativos de última hora o en los que el PSOE se ve obligado a adherirse a las propuestas pactadas por el PP con PNV y Junts para no quedarse desnudo ante la opinión pública o, lo que es peor, en los que los últimos votos necesarios se negocian no sólo fuera del ámbito parlamentario, sino sobre cuestiones que nada tienen que ver con las proposiciones que se discuten en el Congreso.

Nos referimos, por supuesto, a las negociaciones que mantiene el Ejecutivo con sus socios nacionalistas catalanes, enfrentados a la hora de conformar el próximo gobierno de la Generalitat, que convierten en un ejercicio adivinatorio la virtualidad de las cifras incluidas en el proyecto del Techo de Gasto, sobre el que se elaborarán unos más que problemáticos Presupuestos Generales del Estado. En realidad, nada que no sospecharan los españoles que iba a suceder cuando, hace un año, las urnas arrojaron una más que debilitada mayoría «Frankestein», además, con la derrota del partido del Gobierno frente al PP, algo que no arredró lo más mínimo a Pedro Sánchez.

Ciertamente, las dificultades de la legislatura seguirán en aumento a medida que el Gobierno vaya aplicando los ajustes presupuestarios que exige Bruselas. Podría negociar con la oposición las cuestiones de fondo, pero, al parecer, Sánchez prefiere seguir jugando en el alambre.