Editorial
Francia, ante el fracaso de sus élites políticas
Para amplias capas de la sociedad el concepto de Europa es sinónimo de la pérdida de la soberanía y de las penurias de todo tipo que afectan a los «desheredados» de la globalización.
El presidente de la república francesa, Enmanuel Macron, ha llamado «a los demócratas» galos a reeditar el cordón sanitario contra la derecha radical de Marine Le Pen, que ha ganado claramente la primera vuelta de las elecciones parlamentarias , y lo ha hecho pidiendo que el voto de la reacción se concentre en el centro político, es decir, en los partidos que le han venido apoyando a lo largo de sus legislaturas y que han sido barridos en las urnas. A simple vista, parece la opción más lógica si tenemos en cuenta que la alternativa es un Frente Popular encabezado por el ultra izquierdista Jean Luc Melenchon, que ha quedado en segunda posición, cuyos partidarios han recibido los resultados de las urnas con incendios y disturbios en las principales ciudades de Francia, pero es una opción que, a la postre, sólo servirá para agravar la desafección de los ciudadanos hacia los partidos que han venido conformando el poder a lo largo de la Vª República, hoy, convertidos en sombra de sí mismos.
Cabe reputar a Macron el error de haber convertido un voto de protesta en las elecciones europeas en un adelanto electoral que ha puesto de manifiesto la fractura política, social e, incluso, cultural de una Francia entregada a los extremos del arco parlamentario y seducida por los populismos de la peor especie, y sin la seguridad de que la apelación al voto del miedo vaya a funcionar como en anteriores ocasiones.
Aunque sólo sea porque la extrema derecha gala ha llevado a cabo un ejercicio de moderación del discurso, presenta un candidato con cierto tirón entre los votantes de las derechas tradicionales y, sobre todo, recoge el creciente descontento de amplias capas de la sociedad para quienes el concepto de Europa es sinónimo de la pérdida de la soberanía nacional y de las penurias de todo tipo que afectan a los «desheredados» de la globalización. Que la anteriormente pujante clase obrera francesa vote mayoritariamente a Le Pen, que el mundo rural se sienta maltratado por las élites políticas galas y europeas, y que la inseguridad omnipresente en los barrios «multi étnicos» de las grandes ciudades se vincule popularmente a la inmigración desbocada explica los resultados electorales, pero, también, el fracaso de los grandes partidos, especialmente, de la socialdemocracia, a la hora de afrontar los problemas cotidianos de las clases medias rurales y urbanas.
Durante demasiados años se han combatido con consignas ideológicas, con «alertas antifascistas» y con apelaciones buenistas a la excepción cultural las protestas de unos ciudadanos agobiados por la pérdida de calidad de su día a día y obligados a renunciar a su modo de vida por las imposiciones de Bruselas. Y puede que la apelación al cordón sanitario evite una mayoría absoluta de la derecha nacionalista radical que significa el partido lepenista, pero las raíces del descontento seguirán ahí.
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