
Editorial
Con Hamás no habrá una paz duradera
No es posible cantar victoria, en tanto los dirigentes de Hamás intenten mantenerse como actores políticos en el proceso de consolidación de la paz y reconstrucción material de la Franja

Nada puede producirnos más satisfacción que un acuerdo que ponga fin al sufrimiento de tantos inocentes en Gaza, incluidos, por supuesto, los rehenes israelíes supervivientes de la matanza terrorista del 7 de octubre de 2023. Se trata de un éxito del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que ha sabido combinar en el momento más oportuno dos circunstancias, aunque opuestas, favorables. La primera, la derrota casi completa de Hamás y de sus aliados a manos del ejército de Israel y, la segunda, la campaña de presión internacional para acabar con los bombardeos sobre la población civil palestina que estaba haciendo mella sobre la posición de Benjamín Netanyahu y de algunos de sus socios menos ultranacionalistas en el gobierno de Tel Aviv. Aun así, no es posible cantar victoria, en tanto los dirigentes de Hamás intenten mantenerse como actores políticos en el proceso de consolidación de la paz y reconstrucción material de la Franja, con la idea de repetir situaciones anteriores, en las que las estructuras de la organización islamista acababan por hacerse con el control de los fondos de ayuda internacional, desviando buena parte a la reposición del armamento perdido o inutilizado y a la construcción de nuevos túneles. De no conjurarse esa amenaza, que es real, por muy batidas que estén las milicias del terror, de no terminarse con Hamás como organización del gobierno impuesto desde hace más de dos décadas sobre la población gazatí, no se podrá garantizar una paz duradera, definitiva, que es lo que necesitan israelíes y palestinos para salir adelante. Paz, pero también ese tiempo necesario para que puedan cerrarse las profundas heridas abiertas en unas sociedades que, hoy, viven de espaldas unas de otras, separadas por muros, tanto físicos como mentales. Tendrá, pues, la Casa Blanca, que es la única administración internacional que tiene ascendencia sobre el ejecutivo de Israel, que mantener una vigilancia muy activa sobre la implementación de los acuerdos de paz, especialmente aquellos que garantizan un gobierno de tecnócratas dedicados a la reconstrucción y a la provisión de los servicios públicos más básicos a la población. Unos equipos profesionales, supervisados y apoyados por potencias extranjeras, sobre los que no tengan poder alguno los barbudos de Hamás y sus redes clientelares, que son, hay que insistir en ello, nidos endémicos de corrupción y represión de cualquier disidencia. De lo contrario, el proceso de paz será una quimera, como también lo será la esperanza de que el pueblo palestino encuentre una vía alejada de la inútil violencia que le conduzca a convertirse en una nación homologable en el concierto internacional. Con Irán en retroceso, con los grupos terroristas que patrocinaba golpeados duramente por Israel y en horas bajas, es más fácil soñar con esa idea de paz.
✕
Accede a tu cuenta para comentar