Editorial

El inútil voto localista para la España vacía

Los poderes públicos deben modificar unas políticas, como las derivadas de la «Agenda Verde» europea, dictadas, precisamente, desde una mentalidad urbanita absolutamente dominante.

MADRID, 17/03/2024.- Agricultores y ganaderos participan en una tractorada de protesta en Madrid este domingo. Los agricultores y ganaderos han empezado ya a concentrarse en torno al Ministerio para la Transición Ecológica para iniciar la manifestación que unirá a entre 150 y 200 tractores, dos mil personas y 50 autobuses, convocados por Unión de Uniones, con el fin de pedir soluciones para el campo. EFE/Sergio Pérez
Concentración de tractores y agricultores para pedir soluciones para el campoSergio PérezAgencia EFE

Las últimas elecciones generales supusieron el fracaso en toda regla de las agrupaciones políticas provinciales que, a la estela del éxito efímero de Teruel Existe, trataron de ofrecer una alternativa localista a los graves problemas que supone la despoblación para las regiones del interior peninsular.

Ciertamente, la sensación de abandono y las características de nuestro sistema electoral, que favorece la fragmentación del voto, se combinaron en un movimiento de reivindicación social y económico cuyas posibilidades parlamentarias, ya de por sí escasas, se vinieron abajo ante la extrema polarización alimentada por las políticas frentistas del gobierno de coalición presidido por Pedro Sánchez.

Y, sin embargo, los problemas de esa parte de España, la más extensa, siguen vigentes, y muy probablemente, se agudizarán porque ni los grandes partidos nacionales ni las pequeñas agrupaciones localistas tienen soluciones mágicas más allá del populismo para enfrentar un fenómeno demográfico que parece generalizado en todo el orbe. Más de la mitad de la población mundial vive en las grandes ciudades, con mastodónticas aglomeraciones urbanas en las que la calidad de vida de sus habitantes empeora y el mero sostenimiento a medio plazo de los servicios básicos exigirá un esfuerzo de financiación pública inasumible.

No es, aún, el caso español, con ciudades por tamaño y población todavía administrativamente manejables, pero a nadie se le oculta que los problemas inherentes al modelo urbano, como el transporte y la vivienda, ocupan ya las principales preocupaciones de sus vecinos.

Ahora bien, si revertir esa situación se antoja un desafío de muy compleja resolución, inmune a la demagogia y el populismo, ello no es óbice para que los poderes públicos modifiquen unas políticas, como las derivadas de la «Agenda Verde» europea, dictadas, precisamente, desde una mentalidad urbanita absolutamente dominante, que no sólo compromete la posibilidades de desarrollo de las poblaciones rurales, sino que amenazan con agravar aún más la situación.

Pero la preeminencia del voto urbano sobre el rural, por el mero peso demográfico, no se puede combatir desde una fragmentación del voto que ni siquiera llega a conformar minorías de bloqueo, como sí es el caso del nacionalismo catalán. La única solución estriba en llevar al convencimiento de los grandes partidos que el futuro de la sociedad española, tal y como la conocemos, no pasa por caer en el urbanismo desmedido y desordenado de las megaciudades, sino por mantener y reforzar el tejido rural que, por otra parte, supone uno de los factores estratégicos económicos más importantes de la Nación. Las nuevas tecnologías de la comunicación son una herramienta fundamental para el campo español, pero de nada sirven sin la voluntad política de usarlas.