Editorial

La izquierda radical amortiza otra marca

En cierto modo, se trata de la misma estrategia ideada y puesta en práctica por Pablo Iglesias cuando se venteaba la rotunda derrota electoral de la izquierda

 El exfundador de Podemos, Pablo Iglesias
El fundador de Podemos, Pablo IglesiasKiko HuescaAgencia EFE

El entusiasmo arrebatado, rayano en el ditirambo, con el que algunos sectores de la izquierda política y, sobre todo, mediática han saludado la candidatura a la presidencia del gobierno de Yolanda Díaz no debería hacernos olvidar que nos hallamos ante la mera sustitución de una marca electoral, la de Unidas Podemos, que se considera amortizada, por otra, Sumar, a la que se pretende limpia de las connotaciones negativas que, hoy por hoy, lastran la aspiración de reeditar el llamado «pacto de progreso».

En cierto modo, se trata de la misma estrategia ideada y puesta en práctica por Pablo Iglesias, a partir de las movilizaciones del 15-M, cuando se venteaba la rotunda derrota electoral de la izquierda española. Fue un proceso, ciertamente, exitoso, que se hizo a costa de Izquierda Unida –el «pitufo gruñón», en la caricaturización que hizo el propio Iglesias– y del PSOE, pero que se ha agotado en sí mismo, una vez que el discurso de la nueva política y del partido de la gente se ha visto confrontado con la realidad.

Parafraseando a Íñigo Errejón, el liderazgo de Yolanda Díaz pretende encarnar «ese comunismo que no de miedo a mi vecina», es decir, limado de las asperezas radicales, sectarias, que han marcado ante la mayoría de la opinión pública la gestión de la guardia pretoriana podemita, como las ministras Irene Montero e Ione Belarra, con fiascos tan graves como la ley del «sí es sí», la ley «trans» o la ley de Bienestar Animal, acciones que sólo se pueden enmarcar en un modelo de ingeniería social que rechina a los ciudadanos del común.

En efecto, a tenor de los edulcorados mensajes que nutren el discurso buenista de la lideresa, lleno, por cierto, de lagunas en la parte doctrinaria, Sumar será la cara amable, que explota la sentimentalidad de una época confusa. Pero si la estrategia parece clara, con muñidores experimentados como el ministro de Consumo, Alberto Garzón, no conviene vender la piel del oso a medio cazar de Podemos. Porque la amenaza del líder en la sombra de la formación –sí, Pablo Iglesias– de mantenerse en liza en las próximas elecciones generales, fragmentando en dos la candidatura de la izquierda populista, es tan diáfana como imposible de aceptar, puesto que la integración en las listas de los «halcones» podemitas daría al traste con el discurso del radiante nuevo amanecer de Díaz.

De momento, quien lleva las de perder es la vieja marca, que tendría que competir en las municipales y autonómicas con el sambenito extremista que le ha colocado Díaz, quien, todo hay que decirlo, demuestra cierta maestría al no jugarse nada en mayo. Finalmente, otra cuestión controvertida es el papel que juega el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el despegue de una marca de perfiles tan desdibujados como Sumar, que puede confundirse con la socialdemocracia. Necesita dar oxígeno a su izquierda ideológica, cierto, pero, en demasía, parece un claro error.