Editorial

El viaje al pasado de la «nueva izquierda»

En contra de Yolanda Díaz juegan los tiempos, pero, también, que buena parte de la estructura territorial de Unidas Podemos responde a la voluntad de su fundador, Pablo Iglesias.

Irene Montero y Ione Belarra miran sus móviles en el Congreso
Irene Montero y Ione Belarra miran sus móviles en el CongresoAgencia EFE

El espacio electoral de esa nueva izquierda, Unidas Podemos, nacida de la crisis financiera internacional de 2008 e impulsada por un grupo de jóvenes militantes comunistas, muy conscientes de la obsolescencia del PCE y de su marca Izquierda Unida, se ha visto tan achicado en las últimas elecciones municipales y autonómicas que nos autoriza a hablar de una vuelta al pasado de la izquierda radical. A ese pasado que encarnaron dirigentes como Julio Anguita, que fueron incapaces, salvo muy puntuales excepciones, de alterar la hegemonía del PSOE en su ámbito ideológico.

Si alguna vez los líderes de ese movimiento radical, que buscó en las minorías sociales un proyecto político que pudiera sustituir a los viejos postulados del marxismo, creyó que podría desbordar por su izquierda a los socialistas, hoy, deberían asumir que han pasado a la irrelevancia. En el proceso, roto por las pugnas internas de carácter personalista, han estado a punto de llevarse, también, por delante a la socialdemocracia, pero ni siquiera la palpable debilidad de Pedro Sánchez, abocado al desafío de concentrar el voto más extremista si quiere tener una opción de revalidar el poder, es una baza que se antoje ganadora.

La realidad, palmaria, no consiste sólo en la debacle del partido morado, sino en que la gran esperanza blanca, la vicepresidenta y ministra de Trabajo Yolanda Díaz, ha visto cómo sus mejores apuestas, en Barcelona y Valencia, han pasado a la irrelevancia.

Ciertamente, el hecho de que Sumar no concurriera bajo sus siglas a las elecciones permite a la ministra sustraerse a la más inmediata responsabilidad y, por el contrario, exigirla a la dirigencia de Unidas Podemos, señaladamente a sus compañeras de Gabinete Irene Montero e Ione Belarra, cabezas visibles de la grave derrota y consideradas como el principal obstáculo para la unificación de la extrema izquierda bajo una sola formación electoral, que es la remota posibilidad de reeditar el gobierno de coalición. Con Sumar, hablamos de la vuelta a la casilla de salida, con una Izquierda Unida ampliada y, sin embargo, alejada de las estridencias políticas delirantes que han marcado la gestión gubernamental por parte de Podemos y que han sufrido el rechazo general de los ciudadanos.

Y, ahí, se encuentra el principal problema del líder in pectore de la extrema izquierda española, en la pasmosa negativa de los dirigentes podemitas a asumir la gravedad de la derrota y actuar en consecuencia, como han hecho Alberto Garzón o Ada Colau. En contra de Yolanda Díaz juegan los tiempos, pero, también, que buena parte de la estructura territorial de Unidas Podemos responde a la voluntad de su fundador, Pablo Iglesias, embarcado en una campaña de acoso y derribo contra el proyecto de Sumar, siempre que no hagan sitio a sus partidarios en las listas electorales, y en puestos de salida, claro.