Refugiados

Orban, la anomalía europea

El primer ministro húngaro, Viktor Orban, durante el anuncio del referéndum sobre las cuotas del refugiados
El primer ministro húngaro, Viktor Orban, durante el anuncio del referéndum sobre las cuotas del refugiadoslarazon

Como pasaba con Silvio Berlusconi en sus años de primer ministro italiano, el húngaro Viktor Orban es una mina para la Prensa. Su lengua afilada y su estilo provocador proporcionan jugosos titulares a los periodistas. Si se quedara ahí, no habría mayor problema. Sin embargo, el problema es que preside el Gobierno de un país de la Unión Europea sin respetar los principios democráticos básicos en los que se basa la organización. Bajo el mandato de Orban iniciado en 2010, se ha roto la regla de que un país ingresaba en la Unión para proteger y consolidar su sistema de libertades. España y Portugal son un buen ejemplo de ello. Muy por el contrario, el líder ultraconservador magiar parece estar empeñado en provocar el disgusto constante de las instituciones europeas, que han tenido que llamar a capítulo a Budapest por sus polémicas reformas constitucionales (once en un solo año).

La crisis de los refugiados del pasado verano brindó una oportunidad de oro a Orban, que veía como su popularidad caída sin cesar entre la población húngara y los ultraderechistas de Jobbik le pisaban los talones en los sondeos. El rechazo furibundo a abrir sus fronteras a las cientos de miles de personas que huían de las guerras de Siria e Irak le convirtieron rápidamente en el principal escollo para lograr una unidad europea frente a la mayor ola de refugiados desde la II Guerra Mundial.

Tras levantar una valla en su frontera con Serbia el pasado otoño, trasladó el flujo migratorio a sus vecinos, que ser vieron desbordados por la repentina decisión de Budapest, que no dudó en emplear al Ejército para frenar a los “sin papeles”. Desde entonces, su principal caballo de batalla ha sido no de hacerse cargo de los apenas 2.300 asilados que le correspondía en el reparto de 160.000 que acordaron los líderes europeos en verano. Una cantidad ridícula que contrasta con el 1,1 millones de solicitantes de asilo aceptados por Alemania o los 163.000 de Suecia, el país europeo que más personas ha acogido en términos per cápita. Difícil resulta resolver la crisis si cada país hace la guerra por su cuenta y no asume los compromisos que había firmado. Una actitud, con todo, que comparten otros antiguos países comunistas (República Checa, Eslovaquia y Polonia). Todos ellos parecen haber olvidado como Europa occidental abrió su puertas a aquellas personas que huían del comunismo durante la Guerra Fría.

Para escudarse en el apoyo de la población, Orban acaba de sacar de la chistera un inexplicable referéndum cuya fecha y vinculación se desconocen sobre las cuotas de refugiados. “¿Quiere que la Unión Europea (UE) disponga, sin el consentimiento del Parlamento [de Hungría] sobre el asentamiento de ciudadanos no húngaros en Hungría?”, se preguntará a los ocho millones de magiares con derecho a voto. El Gobierno, por supuesto, hará campaña por el “no”. Una excusa, en definitiva, para obviar sus compromisos, pues la partida húngara deberá ser repartida entre el resto de socios comunitarios.

En el universo Orban, que no se cansa de culpar a Grecia y Alemania de la llegada de refugiados, Merkel es responsable de “importar terrorismo, criminalidad y homofobia”. En una entrevista con el diario alemán “Bild”, el jefe de Gobierno húngaro se despacha bien agusto con la Comisión Europea. “El plan de acoger a cientos de refugiados de Turquía y repartirlos es una ilusión porque ni puede ni quiere ponerlo en práctica. A mí me colgarían en Budapest de una farola si apruebo algo así”, exclama.

Mientras pone todo tipo de palos en la rueda del proyecto europeo, el líder húngaro cuida sus relaciones con Moscú, del que, según muchos observadores, se ha convertido en el verdadero “caballo de Troya” ruso en la UE. En una visita al Kremlin la pasada semana, Orban se apresuró a reclamar un rápido levantamiento de las sanciones europeas a Rusia, con la que comparte importantes proyectos energéticos. Y es que la sintonía entre O el primer ministro húngaro y Vladimir Putin es natural: ambos comparten una forma autoritaria de ejercer el poder.

pgarcia@larazon.es