Cine
El gran teatro del mundo
Director: Joe Wright. Guión: Tom Stoppard. Intérpretes: Keira Knightley, Aaron Taylor-Johnson, Jude Law, Kelly MacDonald.EE UU, 2012. Duración: 129 minutos. Drama.
Podría pensarse en Joe Wright como un Luchino Visconti pasado de ácido o como un David Lean que ha decidido sustituir las aficiones panteístas de «La hija de Ryan» por el teatro de «grand guignol» o como una versión romántica del Peter Greenaway de «El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante». Si la fluidez irresistible de «Orgullo y prejuicio» y de la primera parte de «Expiación» revelaron a un cineasta que quería modernizar a los clásicos descubriendo nuevas velocidades en un material que parecía fosilizado por los cánones, «Anna Karenina» lo confirma como ambicioso estilista, capaz de trabajar todas las capas de la novela de Tolstoi desde una dimensión visual.
La mayor parte de su adaptación ocurre en un teatro, en el escenario, en sus pasillos, detrás de los bastidores o en sus estancias secretas, lo que subraya la feroz crítica del escritor ruso al ecosistema social zarista, en el que la clase alta vivía en una eterna representación de sí misma, ahogada en las apariencias. A veces la propuesta es muy agresiva, como si el espíritu del Baz Luhrmann de «Moulin Rouge» le hubiera guiado entre las brumas, tambaleándose en los límites del ridículo, pero la belleza de sus transiciones, la radicalidad de sus ideas sobre el gesto y la coherencia de su puesta en escena –las de exteriores están dedicadas al amor de Anna (Keira Knightley) y el conde Vronsky, un paraíso; y las de interiores, a la opresión social de ese amor– le dan una personalidad poco habitual entre las adaptaciones literarias del canon occidental. Quizá el desarrollo de los personajes –sobre todo en lo que respecta al conde Vronsky, también por culpa de la interpretación, un tanto estática, de Aaron Taylor-Johnson– se resiente un poco de la condensación del texto original impuesta por Stoppard, pero ver esta «Anna Karenina» es una fiesta para los sentidos, incluso en sus momentos más «kitsch».
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