Estreno

«El hombre de acero»: ¿Ha muerto el superhéroe?

Dirección: Joseph Kosinski. Guión: J. Kosinski, K. Gajdusek y M. Arndt. Intérpretes: Tom Cruise, Olga Kurylenko, Morgan Freeman. EE UU, 2013. Duración: 126 min. Ciencia-ficción.

«El hombre de acero»: ¿Ha muerto el superhéroe?
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Cuando Christopher Nolan ennegreció el mito de Batman borrándole todo rastro de pintura pop burtoniana, lo hizo desde la coherencia con su currículum: después de todo, Batman es un superhéroe lunar, nocturno y atormentado. Sin embargo, el negro no le sienta bien a todo el mundo, y menos a Superman, cuyos orígenes son los del mito de la inocencia americana, el hombre-armario oriundo de Kansas que esconde sus ganas de salvar el mundo tras unas gafas de concha, gestos torpes y cuello de toro. Nolan, que figura como coautor del argumento de «El hombre de acero», ha convertido a Superman en un gemelo de Batman, y se ha olvidado de la «joie de vivre» innata al personaje de Jerry Siegel y Joe Shuster, y que con tanto tino y entusiasmo captó la icónica película de Richard Donner. Olvídense de la alegría: si «Superman» estaba protagonizada por un tipo que parecía disfrutar de su bipolaridad, «El hombre de acero» explica el duro camino de transformación de Kar-el en Clark Kent. El problema es que la acción apenas le deja respirar, asfixiando, por tanto, el potencial de Henry Cavill como digno y anabolizado sustituto de Reeve y, por extensión, de Amy Adams como espabilada Lois Lane.

A estas alturas, el 11-S se ha convertido en tema sagrado y expiatorio para buena parte de las superproducciones del cine americano, tanto como el nazismo lo sigue siendo para el cine alemán. Como «Transformers», «Monstruoso» o «El caballero oscuro», «El hombre de acero» se empeña en reproducir las imágenes de destrucción masiva del atentado de las Torres Gemelas multiplicando exponencialmente sus efectos en un clímax que, por excesivo, acaba en apoteosis del arte desfigurativo. De las intenciones colonizadoras del general Zod (Michael Shannon, en la imagen) y sus secuaces –su objetivo: transformar la Tierra en un nuevo Krypton– pueden retenerse algunos instantes de pesadilla –edificios combándose como trampolines, camiones volando como aviones de papel– que no hacen otra cosa que convertir la película en un festival funerario que satisfaga la ansiedad escópica de un espectador que quiere revivir el alcance de la tragedia protegiéndose tras la barrera de las tres dimensiones. Es un espectáculo hipnótico, sí, pero carece de todo dramatismo, suspense y alma. ¿Ha muerto Superman?