Crítica de cine
«El lado bueno de las cosas»: Locura de amor
Dirección y guión: David O. Russell, según la novela de Mathew Quick. Intérpretes: Bradley Cooper, Jennifer Lawrence, Robert de Niro. EE UU, 2012. Duración: 122 minutos. Comedia dramática.
Suponemos que la publicitada singularidad de «El lado bueno de las cosas» reside en que, según los parámetros de Hollywood, plantear un romance entre dos personajes con desórdenes mentales –él, con trastorno bipolar; ella, con depresión ninfomaníaca– es atrevido, va a contracorriente, pero lo que aquí se intenta es disfrazar los conocidos engranajes de la comedia romántica para que parezca más distinta de lo que en realidad es. El contexto elegido es la clase media de los suburbios de Philadelphia, un escalón social más que el barrio «white trash» que servía de marco a «The Fighter», aunque las intenciones de ambas películas son parecidas: reconvertido en cineasta populista, el antaño conflictivo director de «Tres reyes» se enfrenta a un clásico, adocenado relato de redención por amor que juega a esconder sus cartas tras una apariencia de verismo a la antigua.
Los grandes temas –la toxicomanía en «The Fighter», la enfermedad mental aquí– interesan a David O. Russell como excusas perfectas para dar una apariencia de profundidad a un relato que funciona de un modo mecánico, en el que cada secuencia está al servicio de demostrar el buenismo de un entorno comprensivo y motivado, más allá de la lógica interna de los personajes (¿se habrá informado Russell del código deontológico que rubrica el vínculo psiquiatra-paciente en toda terapia?). Los actores cumplen con eficacia su cometido, especialmente Jennifer Lawrence y Robert de Niro, pero este crítico no pudo evitar el recuerdo de «Lilith», otra historia de amor, esta vez trágica, entre perturbados mentales que, sí, era una bofetada en toda regla ética a la industria de Hollywood.
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