Elecciones andaluzas
Los «tiros en el pie» y la fórmula 35+20
El pésimo papel de Susana Díaz en los debates alimenta la incertidumbre.
Yerran quienes aseguran que la política andaluza carece de vuelo intelectual. A cuatro días para las elecciones autonómicas, en las sedes de los cinco partidos que obtendrán representación en la antigua leprosería de las Cinco Llagas se recurría nada menos que al primer axioma de la filosofía socrática: «Sólo sé que no sé nada». PSOE, PP, Podemos, Ciudadanos e IU, por citarlos en el orden en el que los colocan la mayoría de las encuestas, se debaten entre el pánico y la esperanza porque todos los sondeos coinciden en señalar la extremada volatilidad de las opiniones entre un electorado que, en un importante porcentaje, no sabe siquiera si acudirá a votar.
PSOE. Jamás necesitará explicarse, tras sus dos numeritos televisados, por qué Susana Díaz es renuente a los debates. La candidata socialista ha mostrado su peor cara a los ciudadanos, a los que trata habitualmente con condescendencia matriarcal. Quienes la han sufrido en las riñas internas ya advertían sobre sus «formas de pitbull» y su querencia al autoritarismo, pero ni el más pesimista de sus asesores pensaba que iba a desnudar de manera tan cruda su carácter hosco. La argumentación saca de sus casillas a una política que en su corta carrera no ha conocido otra manera de contender que el navajeo como antesala de la aclamación. «Los dos debates han sido dos tiros en el pie», admitían ayer desde un organismo de la Junta donde, no obstante, siguen confiados en que Díaz gane superando los 47 diputados que logró Griñán. Un anhelo por encima del tramo superior de la horquilla que le conceden las encuestas más halagüeñas. Pero el peso del poder es, en la Andalucía subsidiada, enorme.
PP. Con un año de retraso, Juanma Moreno Bonilla se ha convertido en la némesis de Susana Díaz. Demasiado tarde. Si cuando fue designado líder regional, en febrero de 2014, el candidato popular hubiese empezado a mostrar el perfil pugnaz que ha enseñado en los dos debates televisados, otro gallo le cantaría en unas encuestas que hoy oscilan entre lo malo a secas y lo catastrófico. Cincuenta diputados tenía el PP en el Parlamento disuelto y sería considerado como una hazaña homérica que detuviese su caída en los cuarenta. Por supuesto, ni el más optimista de los sondeos le concede ninguna posibilidad de ganar las elecciones. «Hemos salido a empatar y eso es siempre sinónimo de derrota», se lamentaban hace unos días en un comprensible símil futbolístico. La gran esperanza radica en el afloramiento del voto oculto y, sobre todo, en que la enorme bolsa de descontentos salga a última hora del abstencionismo. Un sociólogo de guardia vaticina: «Susana ha movilizado a todo su electorado, que es el que depende directa o indirectamente de la Junta. Si la participación se estira hasta los dos tercios (en 2012 fue del 62%), muchos votos serán para el PP».
Podemos. Ahora que los socialistas le hacen ojitos a Ciudadanos, la otra fuerza emergente, estos neocomunistas pueden revestirse de dignidad. «Teresa Rodríguez no va a ser consejera de un Gobierno presidido por Susana Díaz. Fin de la cita», tuiteó ayer la candidata podemista, la misma que hace diez días cantaba las virtudes del frentepopulismo, hoy rebautizado «mayoría de progreso». Se han estancado y peligra su condición de tercera fuerza, aunque la raigambre de su voto consolidado, un partidario de fidelidad inquebrantable que decidió el sentido de su sufragio hace meses, permite que alberguen esperanzas de convertirse en decisivos para la investidura en caso de baja participación. En la línea de Pablo Iglesias, su íntimo enemigo interno, a Rodríguez le ha sobrado soberbia: renunció a aparecer en la televisión porque exigía sentarse en la mesa de los partidos con representación parlamentaria y ello le ha restado visibilidad. Su final de campaña es una pura paradoja. Ellos, que han nacido en la virtualidad de las redes y los mensajes virales, organizan un mitin a la antigua usanza en el Velódromo de Dos Hermanas, uno de los santuarios del PSOE de Chaves, Griñán, Toscano y toda la vieja casta.
Ciudadanos. Ni siquiera Juan Marín, el entusiasta candidato a la presidencia, se explica cómo es posible el meteórico ascenso de la formación naranja. Los expertos en demoscopia que escudriñan las tendencias en intención de voto advierten de que alguna anomalía debe de haber: «No sólo mejoran sus previsión por días, es que se nota un ascenso si haces un pequeño muestreo por la mañana y otro por la tarde». De repente, Felipe González manda decir que ha de ser la fuerza con la que pacte Susana Díaz y Moreno Bonilla afea a sus compañeros las críticas al partido de Rivera porque atisba en el horizonte una posible mayoría alternativa que desaloje a los socialistas de San Telmo: la fórmula es 35+20, los escaños que habrían de sacar PP y Ciudadanos para sumar mayoría absoluta. «Es improbable pero no es ninguna barbaridad», admiten en los aledaños del PSOE.
Izquierda Unida. Antonio Maíllo, el hombre que pasará a la historia por pedir «un presidente o presidenta de la Junta educado», fue el gran ganador de los debates televisados. Es posible que ello no le baste para evitar el desplome de IU, pero sin duda ha frenado la caída porque el votante izquierdista observa con claridad las diferencias entre una coalición con una trayectoria de décadas y su sosías populista, con la ideología emboscada en pro de la transversalidad. Una prueba de la solidez del liderazgo de Maíllo es la adhesión que ayer mismo logró por parte de andaluces ilustres que en su día apoyaron al PSOE de Zapatero: Joaquín Sabina, el hijo predilecto de Andalucía Miguel Ríos o el premio Cervantes Caballero Bonald, entre otros, firmaron un manifiesto solicitando el voto para IU.
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