Elecciones generales
El gallego con el Estado en la cabeza
«No soy nuevo en esto y lo voy a intentar con todas mis fuerzas». Así de seguro se muestra Rajoy ante esta campaña en la que no sólo se juega su futuro sino también «la recuperación de España». Han sido cuatro años muy duros y pese a los tópicos en torno a su carácter: tranquilo, impasible... el presidente ha demostrado tanto en Moncloa como en Génova que «cuando tiene que mandar, manda».
Afronta este mes de diciembre con dos fechas clave en su vida política y personal: el día 20, las elecciones más decisivas de la democracia, y el 28, aniversario de su matrimonio con Elvira Fernández Balboa. «Satisfecho por el trabajo de servir a España y muy feliz con mi familia». Así define su actual estado de ánimo Mariano Rajoy Brey, candidato de nuevo a presidente del Gobierno. Treinta y cuatro años de vida política ininterrumpida y diecinueve con su perfecta compañera. Consiguió su primer escaño en el Parlamento gallego en 1981 y se casó con Elvira un Día de los Inocentes en la isla pontevedresa de La Toja, por ser el único que había libre en la hermosa capilla de Las Conchas. Lejos del simbolismo de la fecha, la boda fue lo más serio que ha hecho Rajoy en su esfera privada, con una paisana muy guapa, educada, austera y extremadamente discreta. El gran complemento para un político bregado, experto y veterano. «Tengo el corazón contento», asegura el presidente.
De Mariano Rajoy Brey se han escrito miles de tópicos: que es tranquilo, apacible, impasible. Pero si hay algo claro en su personalidad es el eterno servicio al Estado como político y su paz interior como hombre. «Soy un tipo serio, normal y fiable», dice el presidente de sí mismo. Esta cualidad, la de ofrecer confianza, es la base de su campaña en estas elecciones tan abiertas y agitadas. Proviene de una familia de juristas, por lo que se hizo Registrador de la Propiedad, igual que su hermana Mercedes, y sacó plaza en Alicante. Pero a los treinta años era ya vicepresidente del Gobierno autónomo gallego y desde entonces no ha dejado la vida pública. Muy pocos pueden presentar una trayectoria tan dilatada. Mariano ha sido concejal, diputado, varias veces ministro, vicepresidente del Gobierno y su máximo representante durante la crisis más dura que ha golpeado a este país, salvado de un rescate gracias a su gestión. «Conviene no olvidarlo», dice sin presumir, pero orgulloso de los resultados.
Su retranca galaica arranca el día en que nació, el 27 de marzo de 1955 ,cuando en Santiago de Compostela se jugaba un partido de fútbol histórico entre el Deportivo de la Coruña y el Real Madrid: «El médico estaba prevenido, pero no le estropeé el partido porque viene al mundo a las doce del mediodía, como tenía que ser». La anécdota refleja fielmente la contextura humana de un hombre clave en el PP y los gobiernos de España. Marcado por la figura de su abuelo, un abogado republicano autor del Estatuto de Autonomía de Galicia de 1932, y su padre, un magistrado y registrador destinado en León, Mariano empezó aquí su educación en el Colegio de los Jesuitas con otros compañeros que aún conserva como amigos y de quienes guarda buen recuerdo: «Fueron años decisivos en nuestra formación, nos exigían de lo lindo y por eso salimos todos muy listos, algo cerebritos, tipos serios, ¡je, je!...». Rajoy destaca siempre la figura de su padre, ya muy anciano y que vive en La Moncloa: «Un juez recto, liberal, que jamás aceptó presiones de nadie».
Esta independencia es un factor clave en el carácter de Mariano Rajoy. No le gustan los «pelotas y botarates», aborrece las presiones interesadas y huye de los conflictos como el murciélago de la luz. Por su porte externo, barbado, 1,90 metros de altura, nunca dio la imagen de un chico de derechas de toda la vida. Y aún menos por su talante abierto, socarrón, nada aburrido, aunque a veces lo parezca. En su entorno conocen su fina ironía y sus dardos dialécticos en el debate político, cáusticos pero sin exabruptos. Es su filosofía cimentada en una terrible experiencia de juventud, cuando tuvo un grave accidente de coche en la carretera de Santiago a Villafranca del Bierzo. Pasó seis horas en un quirófano, con el rostro desfigurado y un montón de cicatrices. Desde entonces se dejó la eterna barba y acentuó aún más su carácter gallego con un rictus de desconfianza frente a muchas cosas: «La vida es corta».
Al resto de candidatos, Mariano Rajoy les saca ventaja con creces. Tiene tras de sí una larga historia política y de servicio en la Administración. Ha sufrido como nadie los avatares internos y dentelladas de la derecha española. Ha pasado por los ministerios más importantes del Gobierno y ha pivotado una crisis sin precedentes. A su edad sabe lo que es estar en el olimpo y sufrir la marginación política al socaire de cualquier conspiración o maldad susurrada en los oídos de quien manda. Curiosamente, era el único de los aspirantes a suceder a José María Aznar sin ambición de serlo. Su familia y sus amigos le definen como una buena persona, sin necesidad de clavar puñales para llegar al poder. «Le horroriza la confrontación violenta, pero no duda en mandar cuando debe hacerlo», dicen sus colaboradores.
Amante del ciclismo, es una enciclopedia andante que conoce todos los tour, récords, tiempos. El deporte ha sido su salvación para dejar una de sus grandes aficiones: el puro habano, inherente a su persona durante tantos años. Lo ha logrado con mucho ejercicio y caramelos ecológicos de menta. Todos los días, cuando está en La Moncloa, practica una hora de cinta en el pequeño gimnasio antes de llegar al despacho a las ocho y media. Pero su verdadera pasión es caminar al aire libre. Piensa que es bueno psíquicamente, la mejor manera de reflexionar con la mente despejada. Incluso a veces reconoce que, de no ser político, «habría sido senderista; la naturaleza es muy sabia». Duerme pocas horas, pero sin sobresaltos, aunque el «teléfono rojo» presidencial siempre está en alerta. «Lo importante es acostarte tranquilo», asegura con esa calma que nunca le abandona.
En su armonía familiar, Rajoy mantiene intacta su relación con Elvira, a quien quiere y admira, y su orgullo al hablar de sus dos hijos, Juan y Mariano. «Son buenos chicos, toco madera», dice el presidente, que reconoce discutir con ellos sólo de fútbol o deporte, como se vio en la graciosa «colleja» propinada al mayor en un programa deportivo. Rajoy valora mucho el estilo de su mujer, reservada, pero afable, fue dotando a la residencia presidencial de un estilo propio, mucho más de «ir por casa», según el personal monclovita. «Se los ve muy bien avenidos, son una familia muy normal y nada engolada», explican trabajadores de Moncloa. De costumbres arraigadas, Rajoy sigue desayunando una buena cuajada con cereales y zumo de naranja. En general, siguen una dieta mediterránea sana, basada en verduras, pescado y arroces, con algo de vino blanco gallego en contadas ocasiones.. «Así mantienen la línea», dicen estas fuentes. El presidente se somete todos los años a un chequeo médico y el último le ha dado en plena forma.
Rajoy es muy metódico y Elvira supervisa personalmente la intendencia doméstica, pendiente de sus dos hijos y de su anciano suegro, al que adora. El padre del presidente tiene noventa y cuatro años, está fantástico de cabeza pero requiere cuidados. Ahí está su nuera para que nada le falte. Confidente de Rajoy, ambos han pasado muchas cosas juntos, algunas muy duras. Por ejemplo, la muerte prematura de su primer hijo, los insultos y acosos durante la tragedia del «Prestige», algo que a Rajoy le dolió profundamente. Ella siempre estuvo a su lado, tanto en los malos momentos como en la victoria. Ahora, diecinueve años después de su matrimonio, el balance es totalmente positivo. Los dos son muy iguales, les horrorizan el derroche, las apariencias sociales y los presumidos. Los fines de semana, con un discreto equipo de seguridad, practican senderismo por los montes de El Pardo, algo que ya hacían cuando vivían en el chalét de Aravaca. Después, el desayuno es sagrado, siempre con los niños si algún viaje oficial no lo impide. La agenda electoral trastoca ahora esta rutina. Aunque Rajoy tiene previsto multitud de actos se ha procurado que duerma en La Moncloa. «Se va a dejar la piel, le asusta que España pierda el tren de la recuperación», dicen en su equipo de campaña.
Con sus dos hijos, el presidente se lleva de maravilla. Juan, el mayor, es como su padre, «calmado, noblote, un buenazo». Marianito, el pequeño, es más inquieto, algo revoltoso y se ha hecho forofo del Atlético de Madrid. Aunque parece que no alardea mucho de ello ante su padre, «hincha» del Real Madrid. Cuando los niños eran pequeños, le gustaba pasear por Sanxenxo, llevarlos al parque de Las Palmeras o la playa del Silgar. Ahora, la seguridad manda, pero intentan llevar una vida normal, sin alharacas. Para Rajoy, la educación a los niños ha de ser «sin peleas, tratando de convencer». El día 28, cuando ya se conozcan los resultados, la pareja celebrará su aniversario en la intimidad familiar. «Donde Dios quiera», opina el presidente, que se define católico, creyente en el más allá y con una forma de vivir sin enfrentamientos gratuitos. Como buen gallego y caminante, prefiere ir por la ladera, en paralelo.
En su equipo explican que improvisa mucho los discursos, estudia los papeles, pero «mete pluma» de su cosecha. «Le cabe el Estado en la cabeza», aseguran. Por las noches, sigue siendo fervoroso de Galdós, cuyas obras tiene siempre a mano. Sus adversarios le achacan ser algo plano y antiguo, pero Mariano Rajoy puso firmes a los díscolos y ha demostrado ser el hombre que España necesitaba para remontar la crisis y afianzar su posición internacional. Sabe que tiene enormes desafíos por delante y que esta campaña es la más difícil de su vida. Con el corazón contento y la cabeza bien amueblada, es un líder fiable contra viento y marea. Tiene el don de mandar y templar en contraste con las fuertes olas del bravo mar de su tierra.
En los últimos días, numerosos líderes europeos le han hecho llegar muchas cartas y mensajes a La Moncloa. Uno de ellos, con peso en la UE, algo significativo: el libro del gran escritor inglés Charles Dickens «Grandes Esperanzas». Toda una premonición para quien los mandatarios internacionales respetan, alaban sus reformas y consideran necesaria su continuidad en el convulso escenario económico y político. «No soy nuevo en esto y lo voy a intentar con todas mis fuerzas». Palabra de Rajoy.
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