Elecciones Generales 2016

Y la coletilla fue de Groucho no de Karl

Si el propósito de los cuatro candidatos era convencer al tercio de indecisos para su causa, la batalla televisiva quedó inconclusa. Al debate le faltó ese «algo» y le sobró ese «mucho», para variar

Y la coletilla fue de Groucho no de Karl
Y la coletilla fue de Groucho no de Karllarazon

Si el propósito de los cuatro candidatos era convencer al tercio de indecisos para su causa, la batalla televisiva quedó inconclusa. Al debate le faltó ese «algo» y le sobró ese «mucho», para variar

Si el propósito de los cuatro candidatos a la Presidencia del Gobierno tras las elecciones del 26 de junio era cosechar para sí a ese tercio de ciudadanos que se declara indeciso en las encuestas, el ganador volvió a no ser nadie. Es un clásico, como los votos de Eurovisión. Este tipo de batallas televisivas, como las descritas por Ferlosio en la «Historia de las guerras barcileas», suelen resultar inconclusas, como son las vidas de los mortales, incluidos los indecisos, a la llegada de la última hora. Una vez más, al debate le faltó ese «algo» y le sobró ese «mucho», para variar.

En el atuendo, lo esperado. De corbata azul salió el presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy. El líder del Partido Socialista, Pedro Sánchez, por no sorprender, al igual que el presidente en funciones, llegó con una de color carmín. Para completar el cuadro lógica de esta democracia catódica, los dos postulantes comparecieron sin adorno en el gaznate. Al líder de Ciudadanos, Albert Rivera, como se ha visto anteriormente, le sobran hasta las cejas en estos envites, mientras que para Iglesias, afín a la pose robespierriana, mostrar el cuello es una provocación. Pero para no asustar, porque las encuestas del CIS acojonan una barbaridad y las imágenes de Venezuela ni hablemos, el candidato bolivariano recurrió a la coletilla marxiana, de Groucho no de Karl: «Y tres huevos duros». La socialdemocracia era esto, o tal vez sea cierto que «éstos son mis principios: si no le gustan, tengo otros». Otra vez Marx pero sin pasar por «El capital».

Mariano Rajoy aludió desde el inicio al básico cereal, motivo de guerras desde los que el hombre no era ni siquiera hombre. «Una cosa es hablar y otra dar trigo», rebatió mientras el escenario amenazaba derrumbe. El ruido, quizá, era gentileza de Pedro Arriola, presente en el «backstage», para incidir en la idea-fuerza de la campaña popular: como no gobierne Mariano, el país se viene abajo. Rivera. Iglesias y Sánchez coincidían en sus diagnósticos de penumbra en la colecta del grano mientras al candidato socialista permanecía ensimismado en su intentona vana de marzo: «Votaron ustedes en contra», reprochaba a derecha e izquierda como quien llora por la leche derramada. Le jeremiada era un acto fallido del que sabe que jamás se verá en otra. Y el que no se llegue a fin de mes, Rajoy lo veía con esa lente macroeconómica basada en ese famoso promedio del huevo entre dos personas en las que uno se comió dos y otro, ninguno. De los trigales a las hueveras, Albert Rivera introducía en el debate a los autónomos, que son quienes más acostumbrados están a las ruedas de molino. «Lo fue mi padre», señaló como a un grupo familiar en el que se incluía. Y le escupía al líder de Podemos, Pablo Iglesias: «No queremos el modelo griego». Le daba igual lo que venía del «bloque conservador». Sólo quería clavar más puntillas en la tumba de Sánchez. «Le tiendo la mano», repetía. La que mece el puñal.

A Sánchez se le iba la mano con la eliminación de leyes aprobadas. «Derogaré los elementos lesivos», manifestó el modelo del Partido Socialista. A Iglesias y a Rajoy les venía fenomenal que lloviera hacia arriba y hacia abajo. Los talantes estaban siendo los adecuados, hasta que llegaron las menciones al fraude fiscal y la corrupción. «Nada de amnistías», malmetía Rivera, experto en la introducción de materias. «Las cosas están mejor. No quieren reconocer nada», apuntó Rajoy antes de nombrar a la Grecia de las grandes batallas, la de el primer ministro griego, Alexis Tsipras y los aprendices de política. «Hay que venir preparados», reprochó al resto.

Mientras, el mayor infinito que nunca, sin conclusión alguna posible, el gran debate no murió nunca en las redes sociales. Ni lo hará. Los tuiteros, esas especies de zombis zoroástricos, se dejaron ver con etiquetas que señalaban a cada uno de los actantes. Los buenos con los buenos, que somos nosotros, y los malos con los peores, que son todos ellos.

En nada menos que en eso consiste la opinión pública de la más virulenta actualidad, toda una muestra de la ejemplar influencia que ejerce la nueva política.