Antonio Martín Beaumont
El miedo de Sánchez al ostracismo
Las malas expectativas han empujado al PSOE a apostar al todo o nada. Esta versión de Sánchez, al ataque y hasta en la sopa, gusta a Podemos
La política se alimenta de ambientes. Apenas han bastado unos días para que el PSOE viera evaporarse el intento de Pedro Sánchez de voltear el clima de opinión saliendo a la ofensiva con la herramienta de su sobreexposición. Sánchez pretende frenar fugas de voto metiéndose en una campaña presidencialista y personalista. Ni líderes territoriales ni históricos: el peso de la contienda lo lleva el propio presidente, además de las guindas de José Luis Rodríguez Zapatero y, si acaso, un puñado de ministros. Particularmente, la vicepresidenta económica, Nadia Calviño, porque algún otro, como el titular de la Presidencia, Félix Bolaños, aún anda lamiéndose las heridas del Dos de Mayo, cuando intentó saltar la catenaria para subir a la tribuna de autoridades delante de la madrileña Casa de Correos en Sol.
Las malas expectativas electorales han empujado a los socialistas a apostar al todo o nada, al blanco o negro en una carrera audiovisual de entrevistas y nuevos formatos, y a reducir su presencia en los devastados territorios a un puñado de mítines. El alto mando del PSOE ha quedado especialmente satisfecho de la visita de su candidato al programa de Pablo Motos en Antena 3. «Efecto Hormiguero», lo ha bautizado la sala de máquinas. Se busca que el mensaje del líder llegue directamente a los hogares españoles. «El presidente es el primer convencido de la eficacia de sus mensajes». Es la doctrina de La Moncloa. El elaborado guion está trufado de valores democráticos y de negar sin escrúpulos la realidad de las alianzas con Podemos, ERC o Bildu. Además de la carga victimista, agarrándose a la existencia de ocultos poderes empresariales y mediáticos.
La diferencia entre mentir y cambiar de posición ha supuesto un auténtico hito del camino. Sin embargo, la falta de credibilidad del jefe de filas hace mella en las federaciones socialistas. Son tropel quienes puertas adentro reconocen que el rechazo que genera Sánchez entre los españoles es «irremediable». Contrariamente a lo que mantiene, machaconamente, su núcleo duro en un intento de insuflar optimismo, hay demasiados socialistas que estiman que su secretario general pelea sólo por tener un resultado defendible que le permita marcharse con dignidad y sin que los restos de la organización caigan en el borrado de su ejecutoria. El ahora rehabilitado Zapatero sufrió largos años de ostracismo en el PSOE. El propio Sánchez lo sabe muy bien porque él lo terminó de sepultar en su formación política. Hay temor a la división interna que llega. Mucho.
Esta última y exagerada versión de Sánchez, al ataque y hasta en la sopa, gusta a la misma cúpula de Podemos. Les sirve como puya contra Yolanda Díaz, a la que ya reprochan en privado su incapacidad para salir de su rincón. Con la sombra del desastre planeando sobre las siglas, el presidente del Gobierno también ha caído en una forzada adicción a los debates. Las cosas claras: Alberto Núñez Feijóo solo va a participar en uno a lo largo de la campaña. Un cara a cara con Pedro Sánchez el 10 de julio en Atresmedia. Nada más. En Génova reniegan de plegarse a las imposiciones monclovitas para someterse a encuentros a cuatro como el convocado en TVE el 19 de julio. «¡Nosotros no estamos para regalarle oxígeno al PSOE!», advierten. Los rechazan, aunque acudan Pedro Sánchez, Santiago Abascal y, por supuesto, Yolanda Díaz. En el equipo de Feijóo juzgan ese formato como una «trampa» para reforzar la imagen del dúo con Vox, cuando el PP ha salido a ganar para gobernar en solitario.
Más aún a la vista del histerismo desatado tras el pacto en Extremadura, lo cual significa que la izquierda continúa leyendo incorrectamente el cambio social que se ha producido en el país. Al menos, Guillermo Fernández Vara ha suspendido su investidura fake. Fue tan rápido en dar el paso atrás que cogió por sorpresa a sus compañeros más cercanos. Lo último que quería encontrarse el aún presidente en funciones de la Junta de Extremadura era una nueva llamada de Sánchez obligándole a seguir adelante con el plan y montar otro paripé. «Guillermo se ha ganado decidir sus pasos por sí mismo», aseguran dirigentes socialistas extremeños. Sobre todo cuando quedó muy hundido con el golpe del 28M. La derrota resultó particularmente grave para la organización socialista. Extremadura es un feudo histórico. Vara puso a prueba su resistencia y salió escaldado. Nunca pintó bien para él. Y jamás dejó de hacer números.
El hecho es que el campo de juego se estrecha cada vez más para el PSOE. A los populares ya sólo les queda por despejar los escenarios de Aragón, donde Jorge Azcón lo tiene casi hecho, y Murcia. Ahí, Fernando López Miras reivindica ir en solitario a su investidura. Y promete aguantar. Las semanas que faltan hasta las urnas se les van a hacer largas a la izquierda. Sobre todo al staff monclovita, que tras los visillos hincha la «burbuja» sanchista. «Es el momento». El lema del PP refleja bien la cara con la que Núñez Feijóo recorre la escasa distancia que hay entre Génova y La Moncloa.
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