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Un viaje castellano (y III)
Planeta Tierra
En el relato de mi viaje castellano de este verano, al final, ya para coger el tren en Palencia de vuelta para Madrid, tuvimos ocasión de visitar la Villa de Támara, donde los leoneses, en 1036, perdieron la batalla tras la cual fueron absorbidos por Castilla, por primera vez. Luego vendría una nueva separación, y una nueva incorporación definitiva en 1230, con Fernando III el Santo.
León pasó a un segundo plano, aunque todavía en 1492 se dijo aquello de que ‘‘por Castilla y por León, nuevo mundo halló Colón’’. Con la sorpresa de que hoy, en pleno siglo XXI, los nacionalismos de antaño pretenden que resurja como comunidad autónoma el antiguo Reino de León; que integrarían la provincia de ese mismo nombre, más Zamora y Salamanca.
Es un empeño que creo impracticable, habida cuenta de que conforme a la Constitución de 1978, ya llevamos medio siglo de CC.AA., con una nueva estructura de Estado. Que que en los territorios de Castilla y León tienen su indiscutida capitalidad en Valladolid. Sin que la propuesta de los leoneses vaya a tener mayor incidencia tantos siglos después. Con esas nostalgias, la visita a Támara es interesante: una hermosa iglesia muy bien conservada y calles solitarias de piedras, para otros mil años.
Finalmente pasamos por el pueblo de Torquemada, que nos recuerda en su nombre al primer patrono de la célebre Inquisición Española, previa creación del Papado para vigilar el dogma católico. Introducida que fue después en España por los Reyes Católicos; y que todavía hoy se considera como obra original de Castilla, cuando no lo fue.
Y así termina el viaje castellano estival: entre historias y leyendas, conversaciones y meditaciones, y España vaciada en el invierno y llena en el estío. También paisajes, remembranzas y hospitalidad de excelsos anfitriones como Paloma y Juan. Mi gratitud, amigos de tantos años.
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