Investidura de Pedro Sánchez
No seremos dóciles
Las malas decisiones políticas desde el periodo de José Luis Rodríguez Zapatero han multiplicado la cantidad y calidad de los problemas que la democracia española ya arrastraba. Uno de los más graves era –y es– dejar crecer el secesionismo excluyente, identitario y victimista. Los distintos gobiernos dejaron sin rebatir a los ultranacionalistas desde el punto de vista de la igualdad ciudadana y también desde el punto de vista de la libertad ideológica decreciente de los no secesionistas en algunos territorios. Los gobiernos de la nación permitieron que el antiespañolismo se convirtiera en una fobia o la ciudadanía democrática española en un tabú, no impidieron el control social de los secesionistas, ni el victimismo, ni la propaganda. Sánchez afronta todo esto, difícil sin duda, cediendo la razón democrática y haciendo de su afán de poder una especie de canto al diálogo a cambio de votos para la investidura. La erosión de las instituciones políticas, del tejido social, siempre empieza en las palabras. De hecho, le llaman diálogo a la cesión prevista sobre el significado de las reglas de juego democrático que protegen las leyes, que protegen de la impunidad histórica, social, política o judicial. En el caso del apoyo de Otegi a los socialistas ya sabemos que primero ha llegado el blanqueo como organización política. No han renunciado a un estado identitario vasco, no han condenado la historia de la sangre, la persecución y el miedo para quitarnos la libertad. Y ahora hay que despanzurrar las palabras para que sigan cómodamente su camino. La reconciliación de la que hablan los lobistas de los presos por haber cometido asesinatos y crímenes terribles no incluye la condena. Los eufemismos son señuelos para someternos a sus palabras en un gigantesco proceso de síndrome de Estocolmo. Un hombre sabio escribió que el factor más importante en cualquier conflicto es la calidad de nuestra posición moral. La de la formación de Otegi, no hay que darle muchas vueltas, no es una posición moral, sino de poder, tanto cuando mataban, como ahora que no condenan la historia del terrorismo. La posición moral de Sánchez debería representar a la nación democrática que resistió a los asesinos, pero no es así. No seremos dóciles, resistiremos a cada mentira. Que se sepa.
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