Investidura de Pedro Sánchez

Podemos, chatarra y tribu

El líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, durante su intervención ante el pleno del Congreso de los Diputados en la primera jornada de la sesión de investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno
El líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, durante su intervención ante el pleno del Congreso de los Diputados en la primera jornada de la sesión de investidura de Pedro Sánchez como presidente del GobiernoJuan Carlos HidalgoEFE

La consagración de Podemos como partido reaccionario ha sido tan evidente como inevitable. Los agentes del cambio, los prescriptores del progreso, los lectores de unas masas sedientas de transparencia, los enemigos de los reservados y la casta, los que vivían en Vallecas y discutían la legitimidad del sistema, son ahora profesionales enganchados al grifo del presupuesto y la tentación del poder, que todo lo fagocita. Podemos tuvo al alcance erigirse como una opción de izquierdas antinacionalista. Un animal casi mítico. Rehuyó el envite. Le faltó coraje, capacidad analítica y sensibilidad democrática. Le sobraron tópicos. Sin dejar de ser el partido que exportaba demonios plurinacionales a Hispanoamérica e inyectaba bacilos bolivarianos en el torrente sanguíneo de las frágiles democracias hermanas perdió la oportunidad histórica de alzarse frente a la quiebra del demos. Mucho mejor, más desahogado, fabricarse una derecha mítica a la que oponerse, que descubrir y tasar a los enemigos de cuanto nos une. En la disyuntiva entre la nación de ciudadanos y el akelarre culturalista y romántico moría porque lo invitasen al segundo. Hoy por hoy no necesitas haber crecido durante los mejores años de otro «doctor», Jiménez del Oso, para adivinar la cacofonía oculta bajo los discursos del futuro vicepresidente y consorte. Entre las lianas retóricas y la maleza cutrelux late un buque fantasma de consignas neardentales. Hablan Irene Montero y Pablo Iglesias de derechos sociales y la voz de ultratumba repasa por lo bajo la deforestación de los derechos políticos. Largan sobre el diálogo y allá a lo lejos, bajo el fárrago de hojarasca, corretea el áspid del chantaje como prebenda adquirida de cuna por los supremacistas. Disertan sobre el feminismo, el cambio climático o la democracia y el eco, letal ultrasonido, escupe ataques contra la unidad de distribución y justicia, desprecio por la separación de poderes, cachondeo fino a cuenta de la igualdad, la libertad o el imperio de la ley. Normal que aplaudan los engendros firmados en días anteriores con el PNV, ERC y el BNG. Lo suyo es despotricar contra la justicia, equiparar a la ultraderecha con la judicatura y largar sobre los sentimientos nacionales con una cacharrería tan sobrecargada de rococó esencialista que parece ideada en Nuremberg. Tampoco es mejor su socio, Alberto Garzón, que capitanea una Izquierda Unida anémica de capitulaciones. «Están todos los elementos reaccionarios de este país intentando que no salga adelante la investidura, cada uno a su modo. Ello no hace la investidura más difícil sino más necesaria», dijo nuestro Berlinguer fake. Como tiene escrito el profesor Félix Ovejero, que ha hecho más por la igualdad con uno solo de sus artículos, que toda esta banda de nigromantes en sus mil y una tesis, mítines y poses infumables, cuando alguien apuesta por extranjerizar a sus conciudadanos, y en eso están sus socios de Cataluña, País Vasco, Galicia y etc., no hay redistribución posible. En todo caso habrá reparto de prebendas y reasignación de los recursos a mayor gloria de las feligresías bendecidas. Fue así que Podemos pasó a operar como vanguardia del privilegio. A pesar de semejante deriva, del espectáculo de contemplar a Iglesias de correveidile de unos delincuentes condenados en firme, de ver al partido de la manita de los asesinos de Bildu o los golpistas de ERC, de ridículos tan espantosos como la propuesta de León libre o la igualmente patética estimulación legal y presupuestaria de ese dialecto/ficción llamado bable, a pesar incluso de haber reconvertido las identidades en sortilegios mágicos, siempre puede tocarte en gracia un podemita irredento. Alguien incapaz de apearse del burro propagandístico, aferrado a sus vinilos de Quilapayún y sus fervores nerudianos. Un polemista combativo y alegre que te emplace a debatir sobre las propuestas moradas en pensiones o energía eólica y transición energética al tiempo que ignora con olímpico desprecio las evidencias retrógradas que agusanan al partido. Tu podemita de guardia responderá que si bien fue horrible segregar a los negros de Alabama y privar de sus derechos a los negros de Mississippi, ciscarse en la Constitución de los EE.UU, desobedecer al Supremo, etc., que a ver por qué sólo calibramos lo malo y pasamos de escribir sobre los beneficios sociales y fiscales para los blancos que traían en sus programas los gobernadore Barnett y Wallace. Al final Podemos siempre estuvo muy lejos de los mejores debates de un socialismo no reñido con la historia, el libre mercado o la democracia. Del viejo socialismo heredó lo peor, la nostalgia del absoluto que teorizaba Steiner. De los nacionalistas recibió el mandato de hacerlos solubles en el potaje teóricamente progresista. A los pocos izquierdistas que todavía sobreviven les resta el consuelo de que Podemos no ha destruido la posibilidad de una izquierda tolerante, moderna e ilustrada porque ni era tolerante ni era moderno ni mucho menos ilustrado. Más bien chatarra y tribu, y cada vez peor disimuladas.