Investidura de Pedro Sánchez

Voladura al constitucionalismo

Confrontacion total. La bronca de ayer rompió todos los puentes entre constitucionalistas y se dibujó la España de frentes

Pablo Casado muestra su preocupación ayer en el Congreso ante los insultos de Bildu al Jefe del Estado / Alberto R. Roldán
Pablo Casado muestra su preocupación ayer en el Congreso ante los insultos de Bildu al Jefe del Estado / Alberto R. Roldán© Alberto R. RoldanLa Razon

España, o los partidos que defienden la plena vigencia del modelo autonómico y de la Constitución del 78, contra la no España, con un PSOE que no fue capaz de borrar la sensación de que está en tierra de nadie por su dependencia de los votos independentistas, nacionalistas y abertzales. El Congreso está dividido en dos y la Legislatura sentenciada: la fractura no tiene ningún arreglo al menos hasta que los partidos pasen por otro examen electoral.

El clima de ayer recordó al que se impuso cuando echó a andar el Gobierno de Rodríguez Zapatero tras las elecciones que quedaron marcadas por los atentados del 11-M. Si se rasca debajo del ruido político, hay dos conclusiones rápidas. Sánchez no podrá gobernar y tener estabilidad si no avanza hacia un proceso de revisión del modelo autonómico, como exige ERC, que situaría al PSOE fuera del marco constitucional y estatutario. Salvo que no haya engaño en el relato socialista de que ERC se conformará con una reforma del Estatuto y de la financiación autonómica porque lo que le importa es sumar y formar un nuevo tripartito en la Generalitat. Por su parte, los partidos del centro derecha creen que ésta es su oportunidad para escribir el epitafio de Sánchez y llegar al poder, y sobre esta base no hay margen para la mesura en el juego político.

El candidato socialista, Pedro Sánchez, perdió ayer, como se preveía, la primera votación de su investidura, en la que necesitaba mayoría absoluta, y volverá a someterse a una segunda votación el próximo martes, en la que sólo dos votos marcan la distancia entre su victoria y su derrota. La investidura no es el final de nada, en cualquier caso, sino el punto de arranque de una etapa de confrontación total dentro del bloque constitucionalista por la decisión de Sánchez de sostener su Gobierno en los votos de ERC, PNV, Bildu y otras minorías. La de ayer fue una sesión muy áspera, en la que las intervenciones de Bildu y de la CUP hicieron estallar la caja de todos los truenos y desnudaron la realidad a la que se enfrenta el líder del PSOE para garantizar la estabilidad de su Gobierno. Inviable y colapso parlamentario, salvo que avance hacia ese proceso de revisión del modelo autonómico del 78 que chocaría con la Constitución y el Estatuto catalán. O salvo que sea capaz de engañar a quienes han dejado claro ante la sede de la soberanía nacional que se sienten dueños de la llave que activa y desactiva el nuevo Ejecutivo socialista.

Ayer Sánchez buscó refugio en un perfil bajo ante el polémico discurso de EH Bildu y sus ataques al Estado español, a la Constitución y al jefe del Estado. Al tiempo que la bronca y la confrontación con el bloque del centro derecha confirmó que se abre una etapa con todos los puentes rotos en el constitucionalismo a la hora de defender al Estado español de las presiones para resquebrajar el vigente modelo autonómico. EH Bildu no perdió el tiempo y se sumó a la posición de ERC de colgarse la medalla de tener en sus manos los hilos de Sánchez. «Si no atiende nuestras demandas, no habrá Gobierno», le espetó la portavoz abertzale desde la tribuna parlamentaria. Con la Cámara incendiada por su discurso y por la reacción de las fuerzas del centro derecha. Insultos, gritos de «terrorista» y coros de «libertad», bajo invocaciones de las víctimas del terrorismo.

El Parlamento está roto en dos. Ayer toda la derecha, incluidas las minorías, sí votó unida. No hay ninguna posibilidad de geometría variable y a Sánchez no le queda otra alternativa que apoyarse sólo en Pablo Iglesias para responder a las presiones de ruptura. Está en manos del apoyo que le preste su futuro vicepresidente, que el sábado se refirió a los políticos catalanes fugados de la acción de la Justicia como «exiliados». La estrategia socialista es refugiarse en la confrontación izquierda y derecha, y en Vox, pero la realidad es que su suerte está atada al dictamen del partido de Oriol Junqueras y compañía.

Entre las imágenes de la segunda jornada de investidura destacan las de un Sánchez abroncado duramente por sus socios naturales constitucionalistas por no defender al Rey ni a las víctimas, y la respuesta de su portavoz parlamentaria, Adriana Lastra, que optó por ensalzar al portavoz de ERC, Gabriel Rufián, y cargar con fiereza contra el presidente del PP, Pablo Casado.

Los partidos del bloque derecha creen que ésta es su oportunidad, pero lo hacen desde estrategias de confrontación por razones de competencia. Ayer fue también el primer día de una nueva etapa en la que los tres partidos, PP, Ciudadanos y Vox, combatirán entre ellos por ver quién es el primero en apuntarse una iniciativa contra el Gobierno de coalición o por atribuirse el mérito de ser los más eficaces en colocarle contra las cuerdas.

La ofensiva será política y parlamentaria, y Vox también quiere llevarla a la calle. La pregunta es si el partido de Casado se sumará a esta decisión de reactivar la foto de Colón, pero replicándola en todas las provincias españolas.

Cabe resaltar por último que la relación entre el PSOE y Podemos también dejó ayer la primera anécdota sintomática. Sin esperar a la votación de la investidura el partido de Iglesias filtró los nombres de sus ministros en el futuro Gobierno, si les salen las cuentas el martes. Una jugada unilateral que lleva a pensar en aquellas dudas que decía tener Sánchez sobre la confianza que podría existir dentro de un Consejo de Ministros en el que hubiera dos Gobiernos.

La intención del líder del PSOE es conformar un Ejecutivo de un marcado perfil social para intentar tapar el frente que le abre la negociación bilateral con la Generalitat y el pacto con ERC. Pero a este Gobierno se le juzgará por sus resultados en la política territorial, con el riesgo de que, si fracasa en esa negociación con los de Junqueras, no acabe generando más frustración en el independentismo y agravando el problema catalán.