Investidura de Pedro Sánchez

Casado se desmarca de la estrategia de Abascal de agitar la calle para tener perfil propio

PP y Cs van de la mano, pero no habrá una acción concertada con Abascal contra el pacto PSOE-ERC. Vox tensiona a los populares

El Gobierno de coalición abre una nueva etapa histórica en la izquierda, pero también dentro de la derecha. En este bloque tendrán que resolver si avanzan hacia la fractura entre una derecha moderada y lo que llegue a ocupar del espacio electoral Vox, en el extremo de la derecha, o si el PP consigue consolidar su operación para aglutinar el voto, una vez que en estas elecciones de noviembre creen que ya ha dado el «asalto» a Ciudadanos (Cs).

La primera prueba de fuego está encima de la mesa, por la vía de la maniobra del partido de Santiago Abascal de trasladar a la calle la oposición al pacto del PSOE con ERC. Las primeras movilizaciones están anunciadas para este fin de semana, y la primera respuesta del PP a esta decisión, según las fuentes consultadas por este periódico en el entorno de Pablo Casado, es que «mientras unos van a llevar el Parlamento a la calle, nosotros vamos a llevar la voz de la calle al Parlamento».

«Vamos a ser la voz en el Hemiciclo de la sociedad indignada con este Gobierno». Una aseveración que hay que asumir con alguna prevención, porque en la cúpula popular no han debatido aún esta cuestión y porque la portavoz en el Congreso, Cayetana Álvarez de Toledo, hizo unas declaraciones la pasada semana en esRadio que apuntaban en esta dirección. Antes de que Vox les ganara la mano con el anuncio de que quieren extender a toda España el espíritu de Colón.

Aquella fue la primera concentración constitucionalista contra la negociación de Sánchez con ERC para sacar adelante los Presupuestos. Estalló y llevó a las elecciones de abril del pasado año porque entonces el PSOE no quiso aceptar lo que ahora ha firmado con el partido de Oriol Junqueras para conseguir esta investidura.

La respuesta inicial de Génova al llamamiento de Vox a «tomar» la calle es que ellos van a centrar su «movilización» en el Parlamento y en los tribunales, «recurriendo todo aquello en lo que haya margen para suplir el abandono del Gobierno a los fiscales y jueces».

Si el PP secunda o no las protestas en la calle no es una diferencia de matiz, sino sustancial y simbólica del choque de discurso y de estrategias en el que se mueve el centro derecha. La sintonía del PP con Ciudadanos es prácticamente total, y así se ha visto en el debate de investidura. Para los populares la formación naranja ha dejado de ser una amenaza, la dan por desmantelada tras las elecciones generales, y por eso ya ni están en competencia ni ahorrarán gestos en la búsqueda de complicidades para intentar recuperar más voto del que en su día arrebató Albert Rivera al PP de Mariano Rajoy.

Pero con Vox es otra pelea. La presión para tirar del PP hacia la derecha va a ser constante. De Vox, y de otros primeros espadas de las siglas populares, como la citada portavoz parlamentaria. La tensión de siempre entre centro y derechización que también cohabita entre algunos de los asesores del líder popular. Y siempre con la sombra del ex presidente del Gobierno José María Aznar en la trastienda, con sus hilos directos de influencia sobre el núcleo de poder de Génova.

En 2020 el PP se enfrenta de salida a unas elecciones en Galicia, en las que el partido espera que el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, anuncie que vuelve de nuevo a presentarse. Es su única opción, creen, para mantener la mayoría absoluta y el poder, aunque la batalla está difícil y además obligue al político gallego a renunciar de nuevo a su compromiso de no optar a un nuevo mandato. Supondría ir a por la cuarta mayoría absoluta. Casado no puede permitirse perder este feudo territorial del PP y la estrategia nacional tiene que acompasarse con las necesidades de la organización regional, guste o no guste. El PP gallego tiene un perfil y un discurso propio, sin romper en ningún caso con la unidad nacional. Pero sin conectar tampoco con ninguna estridencia que aparte a las siglas del centro y de la moderación.

Con todas las diferencias con respecto al objeto de disputa, el clima actual recuerda bastante al que condicionó la Legislatura que salió de las elecciones generales marcadas por los atentados del 11-M, en marzo de 2004. El Congreso se polarizó. No había la fragmentación actual, pero derecha e izquierda rompieron todos los puentes y convirtieron aquella etapa en un choque destructivo en el que todo quedó condicionado por aquella «teoría de la conspiración», instigada por algunos satélites mediáticos que susurraban en los oídos a destacados dirigentes de la cúpula popular. Allí estaba Cayetana Álvarez de Toledo, a quien el PP la recuerda como la promotora de «una radicalización» en compás con los ex ministros Ángel Acebes y Eduardo Zaplana. La estrategia fue un fracaso y después de perder unas elecciones generales Mariano Rajoy tuvo que hacer «limpia» y desprenderse de todas las caras vinculadas a esa «teoría de la conspiración» y al llamado «PP duro».

Ahora, en el partido temen que algunos de los inspiradores de aquella estrategia vuelvan a intentar repetir la jugada. No hay discusión sobre la oposición frontal al Gobierno de Sánchez y a su pacto con ERC, ni sobre la consecuencias que pueden derivarse del mismo para España. La diferencia está en el importante matiz de las formas.