Partidos Políticos
Cayetana Álvarez de Toledo, la pirómana que no vota al PP
La portavoz en el Congreso se ha convertido en un problema para Casado, cuando debería ser una solución en esta etapa tan delicada
Si algo saben los partidos políticos cuando caen en el purgatorio de la oposición es que casi tan importante como la estrategia del líder es la de su portavoz parlamentario. Es el «rostro» y la «voz» llamados a tejer consensos, trabajar acuerdos y empatizar con los medios de comunicación para encontrar acomodo y «minutos de telediario» a los mensajes de regeneración de quien aspira a volver al gobierno.
Pablo Casado ha trazado en este último año una ambiciosa hoja de ruta para «refundir» el centroderecha en torno al PP. Desea volver a situar a su partido como la única alternativa viable al gobierno socio-comunista de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, que tantos quebraderos de cabeza ha generado en poco más de un mes.
Pero no parece que la persona elegida para encarnar ese nuevo e ilusionante proyecto, Cayetana Álvarez de Toledo, esté dando la talla. Según lamentan dirigentes populares, se ha convertido en una pirómana que, lejos de despejar viejos recelos, contribuye a consolidarlos.
El error de este lunes, cuestionando la deontología de una cadena de televisión como La Sexta –guste más o menos, referente informativo indiscutible–, ha agotado la paciencia de muchos simpatizantes populares y de algunos «notables» en Génova 13. Por inoportuna y, me advierten, por «reincidente». Por no hablar de quienes, desde sus mismas filas, avisan de su capacidad para buscar entre bambalinas el favor de los medios contra los que hace casus belli, en ocasiones arrojándolos contra compañeros.
Que Cayetana Álvarez de Toledo no tenía ni cultura ni bagaje como militante del Partido Popular ya lo sabía Casado cuando la nombró. Se le avisó. Su designación fue rechazada por su círculo próximo, pero él hizo oídos sordos. Su talante distante, sus conocidas deslealtades durante la etapa de Mariano Rajoy y su costumbre de «ir por libre» habían puesto en guardia a muchos en la cúpula nacional de Génova. Era cuestión de tiempo que su condición de verso suelto sería vista como un elemento distorsionador de la vida interna del partido. Una apuesta audaz de Casado cuyo inconveniente es traer consigo constantes y sonantes quebraderos de cabeza.
Quienes la trataron como jefa de gabinete de Ángel Acebes, y los que «sufrieron» sus críticas cuando coqueteó con ciertos entornos neoliberales nada amistosos con Rajoy, ya advirtieron del error de situar a Álvarez de Toledo en un puesto tan vital como el de portavoz parlamentario. Cargo no ejerce al uso. Nada de encargarse de la coordinación de la bancada. Ella prefiere volcarse en el terreno de lo gestual.
Nadie duda, y eso está en su haber y –supongo– en la decisión del líder popular, de que Cayetana es una política combativa y bien preparada para desmontar la supuesta superioridad moral de la izquierda y del independentismo. En su indudable bagaje intelectual pesa mucho la defensa de la unidad de España y del marco constitucional. Pero cosa bien distinta es darle voz y mando sobre la marcha parlamentaria y comunicativa de este «nuevo PP». A estas alturas, la hoja de servicios de Álvarez de Toledo tiene más deflagraciones que otra cosa. La primera guerra la provocó con el mismo PP catalán que le brindó la oportunidad de ser su cabeza de lista.
«Yo pido perdón en nombre del Partido Popular. Hemos sido anticatalanes. Profundamente anticatalanes. Porque aceptamos nacionalismo como animal de compañía. Porque le entregamos todo el poder. Las aulas, los medios. Y la legitimidad moral», llegó a decir en un acto en Barcelona. La respuesta le llegó de inmediato desde sus propias filas. «¿Pedir perdón? ¿Por qué, por obtener 12 escaños?», le replicó el entonces concejal Alberto Fernández Díaz, recordando el fracaso histórico que ella misma lideró. Después ha vuelto a tener encontronazos serios con el ex líder del PP catalán, Xabier García-Albiol, o con el actual portavoz municipal, Josep Bou.
El siguiente choque lo provocó con el PP vasco, hasta entonces mimado por la cúpula nacional por razones históricas obvias. Pero Cayetana, que no estaba por allí en los años de plomo de ETA, no tuvo la más mínima delicadeza en su ataque a los dirigentes de su partido en el País Vasco. La respuesta del concejal Borja Semper retumbó en muchas sedes populares: «Algunas caminaban sobre moquetas y otros nos jugábamos la vida».
Tampoco ha dedicado Álvarez de Toledo demasiado tiempo en esta etapa de número tres de facto a sintonizar con los barones populares, cuya opinión siempre fue escuchada por sus antecesores en la Portavocía en el Congreso. Sus relaciones son muy frías con Alberto Núñez Feijóo, y nunca ha establecido «sinergias» con Juanma Moreno o Alfonso Fernández Mañueco.
El cóctel de esta personalidad altiva, de trato difícil, de ninguna cultura de partido y de exhibición permanente de indiscutible preparación intelectual ha convertido a Álvarez de Toledo en un problema para Casado, cuando debería ser una solución en esta etapa tan delicada. Cayetana Álvarez de Toledo lo hace casi todo a su manera. El último ataque frontal, innecesario e inoportuno a La Sexta se suma a una lista de «incendios» demasiado larga.
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