Terrorismo

Uno de los terroristas que secuestraron a Ortega Lara se jactaba del pánico que le infundieron

José Luis Eróstegui sale de la cárcel tras una condena de 23 años

El etarra José Luis Erostegui, que secuestró a Ortega Lara, sale de la cárcel
El etarra José Luis Erostegui Bidaguren (d), el último de los miembros del 'comando' que secuestro al funcionario de prisiones José Ortega Lara y participó en el asesinato de varios guardias civiles, ha salido este domingo de la cárcel de Herrera de la Mancha (Ciudad Real), acompañado por dos funcionarios de prisiones. EFE/EFEEFE

“No le pudimos suministrar el somnífero porque el pánico que experimentaba”. El etarra José Luis Eróstegui, que hoy ha abandonado la cárcel de Herrera de la Mancha tras cumplir una condena de 23 años, explicó a la Guardia Civil, con el cinismo de los que se jactan del mal que hacen, el miedo que le infundieron al funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara en el momento de secuestrarle.

Eróstegui no se ha arrepentido nunca de aquella acción criminal, ni de las que cometió en el seno de los comandos “Bellotxia” “Gohierri”.

Tuvo una acción directa y decisiva para poder secuestrar al funcionario y llevarle a la nave de la localidad guipuzcoana de Mondragón, donde permaneció 532 días, en un zulo de reducidas dimensiones, hasta que fue rescatado por la Guardia Civil en una brillante operación antiterrorista el 1 de julio de 1997.

Según explicó a la Benemérita otro de los miembros de la célula criminal, después de localizar carca de su casa a Ortega Lara, al que habían vigilado durante algunos días, se fueron a buscar el camión en el que estaba la máquina industrial en cuyo interior había un hueco para llevar a una persona secuestrada.

«Yo cogí el camión con la máquina que tenía el zulo en su interior para transportar personas y lo llevé hasta un parking situado a la entrada de Burgos. José Luis Eróstegui y José Miguel Gaztelu fueron en el coche de Gaztelu y también recibieron la llamada de Ugarte. Se fueron los tres al domicilio de Ortega Lara y cuando llegó, mientras Gaztelu vigilaba, los otros dos le dijeron a Ortega que se metiera en el maletero de su propio coche porque se lo iban a robar», señaló el terrorista.

«Luego se dirigieron a donde teníamos aparcado el camión. Le vendamos los ojos para que no viera nada y le metimos en la máquina. Yo mismo conduje (Jesús María Uribechevarría) el camión hasta el taller de Mondragón mientras Eróstegui dejaba aparcado el coche de Ortega Lara en un polígono industrial de Burgos y Gaztelu le acompañaba. Después, se fueron a casa. En el taller, le sacamos de la máquina y le metimos en el zulo».

José Luis Erostegui Bidaguren era el último de los miembros del “comando” que secuestro al funcionario de prisiones que permanecía en prisión. El resto de los miembros de la célula terrorista salieron ya en libertad. Jesús María Uribecheverria Bolinaga fue puesto en libertad por padecer una grave enfermedad y falleció. Por cumplimiento, abandonaron la cárcel José Miguel Gaztelu Ochandorena (en agosto de 2017) y Javier Ugarte Villar (en julio de 2019).

Los etarras tenían la orden de asesinarle si el Gobierno no cumplía las exigencias de conceder beneficios penitenciarios a los reclusos terroristas. La comunicación se realizaría a través del “Merkatu Tkikia” del diario “Egin”.

Tenían clavado, con grapas industriales, en la puerta del zulo en el que le mantenían secuestrado, un papel que les había hecho llegar la «dirección» de ETA con dos textos, uno ordenaba asesinar al funcionario (llamado «pájaro») y el otro ponerlo en libertad.

«Txoria bota» (dispara al pájaro), «Txoria askatu (deja en libertad al pájaro), la diferencia entre la muerte y la vida.

Uno de los dos mensajes debía aparecer en el «Merkatu Txikia», la sección de anuncios por palabras del desaparecido diario «Egin».

Para ambos casos, tenían un plan preestablecido con el fin de deshacerse del cadáver o dejar a Ortega en un punto desde donde pudiera comunicar que había finalizado su cautiverio. No hizo falta. La Guardia Civil rescató al secuestrado.

En el mensaje en el que se ordenaba la liberación del funcionario, escrito en euskera, se felicitaba al «comando», en concreto a «Iñaki», por el éxito del secuestro. En el segundo, se decían, en este caso en castellano, unas frases aparentemente incoherentes, sobre si en las fiestas de un sitio se bebe kalimotxo (vino con cola) y en otras tónica y que podría tener que ver con el plan que debían seguir a partir de ese momento.

Similar sistema de mensajes se utilizó en el caso del secuestro de Julio Iglesias, que estuvo en el mismo zulo que el funcionario de prisiones, y los mensajes para ambas alternativas hacían referencia a letras de canciones.

El secuestro de Juan Antonio Ortega Lara fue una de las acciones más despiadadas de las cometidas por ETA, hasta el punto de que cuando la Guardia Civil logró detener a los miembros del «comando» y llevaron a uno de ellos, a Bolinaga, a la nave de la empresa «Jalgi» («brotar», en euskera), de la localidad guipuzcoana de Mondragón, se negaban a decir donde estaba el zulo en el que retenía al funcionario, con el fin de que los agentes no lo descubrieran (estaba debajo de una pesada máquina, con un complejo sistema de apertura hidroneumática), Ortega quedara abandonado y muriera.

Este individuo explicó a la Guardia Civil que la orden para secuestrar a un funcionario de prisiones de fuera del País Vasco la recibieron de su responsable en Francia, Julián Achurra, «Pototo».

Una vez detenido este individuo, el nuevo responsable del «comando» era «Gorosti», que les había comunicado que las negociaciones para liberar a Ortega Lara a cambio del acercamiento de los presos etarrras al País Vasco estaban «siendo muy duras y que le dieran ánimos al funcionario (se encontraba mal) para continuar porque no veían el momento de la solución».

El mundo al revés. Un cabecilla etarra que ordenaba que se diera ánimo a un funcionario secuestrado. Tal era la prepotencia y crueldad que en esos momentos tenía ETA y que demostró días después con el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Estaban convencidos que iban a doblegar al estado en su particular pulso por los presos, su gran problema entonces, aunque ahora, gracias a sus pactos políticos, parece que lo tienen más encauzado.

Finalizara como finalizara el secuestro de Ortega, tenían previsto cometer delitos similares con varios empresarios y, curiosamente, con Ana Obregón de la que sólo tenían información documental de la prensa del corazón. Entre los industriales y otras personalidades que deben a la Benemérita no haber pasado por aquel siniestro zulo están el entonces presidente de la Comisión de Derechos Humanos, José Antonio Rubalcaba; Jesús María Aguirre, de Lasarte; José Olaizola; José Antonio Garai; José Luis Creixell; Pedro Oleaga; Arturo Beltrán; y Tomás Pascual.