Coronavirus

Y Sánchez no pudo dormir

Preocupación en Moncloa. La crisis ha golpeado de lleno al presidente: la coalición de gobierno se agrieta y la legislatura ha saltado por los aires

El complejo de La Moncloa está desierto. La gran mayoría de funcionarios trabajan desde su casa, desde que hace una semana entrara en vigor el real decreto que establecía, de forma insólita en la democracia, el confinamiento de los ciudadanos para evitar la propagación del coronavirus. Sólo los altos cargos de Pedro Sánchez acuden físicamente cada día a sus despachos para trabajar codo con codo con el presidente en jornadas maratonianas.

La preocupación es alta; las noches, largas. Apenas consiguen encadenar cinco horas de sueño, los madrugones son una constante y las jornadas se extienden habitualmente hasta la 1 de la madrugada. El caso más extremo fue la madrugada entre el viernes y el sábado 15 de marzo, en que se aprobó el estado de alarma, y en la que la que –fuentes involucradas en la gestión– aseguran que «no dormimos más de dos horas».

El teléfono del presidente arde y las videoconferencias son continúas. Empresarios, sindicalistas, asociaciones de todo tipo, presidentes autonómicos, ministros, científicos y responsables de otros países europeos y mundiales llaman o reciben la llamada de Pedro Sánchez que desde hace nueve días pilota la situación más difícil a la que se ha enfrentado la democracia española desde el golpe de estado de 1981.

Sánchez muestra la crudeza de la crisis en sus facciones, mucho más marcadas de lo habitual. A la preocupación normal por el desarrollo de la pandemia en España se suma que ésta ha impactado de lleno en su familia. Su mujer, Begoña Gómez, dio positivo en el test de COVID-19 que se hizo a los miembros del Ejecutivo y su entorno y, aunque el presidente dio negativo, ha tenido que seguir las instrucciones que desde las autoridades sanitarias se trasladan para evitar que el contagio se haga exponencial.

No obstante, Sánchez, al igual que Iglesias –cuya pareja, Irene Montero, también está infectada– se han saltado la cuarentena exigida en numerosas ocasiones durante estos últimos días. El impacto del coronavirus también se ha hecho sentir dentro de la coalición, donde han surgido de nuevo fricciones sobre las ayudas a adoptar y la rentabilidad política de las mismas. Solo así se entiende la comparecencia estéril de Pablo Iglesias el pasado jueves para explicar las medidas ya detalladas por Sánchez en días anteriores. Los morados buscan su sitio tras la pérdida de protagonismo durante la crisis sanitaria.

La máxima que se ha querido imponer en esta crisis es la de la «transparencia». Una suerte de antídoto contra la incertidumbre que supone luchar contra «una emergencia sanitaria no afrontada nunca antes». Esta vocación la ha encarnado el propio presidente del Gobierno que, acostumbrado a no sobreexponerse, ha comparecido hasta en siete ocasiones en los últimos días.

Suyos fueron los mensajes a la población para pedirles que permanecieran en sus casas, explicarles los paquetes de medidas aprobados o para exponer en el Congreso de los Diputados la situación de excepcionalidad que acarrea el real decreto aprobado por el Ejecutivo. Ayer, sin ir más lejos, también se dirigió a los españoles para recordar que «lo peor está por llegar» y que hay que mantener la tensión en las medidas aplicadas de confinamiento para «conseguir ganar tiempo» para vencer al virus y evitar que se propague.

A esto se añaden las reuniones y posteriores ruedas de prensa que a diario ofrecen los técnicos que integran el Comité de Gestión del coronavirus, comandados por el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón. Además, cada día también comparecen de forma telemática del orden de tres a cuatro ministros para informar a la población de la incidencia que tiene en sus ámbitos de responsabilidad la crisis del coronavirus.

A estos quebraderos de cabeza, se suma –para Sánchez– el hecho de que la legislatura que estaba encarrilada, haya saltado por los aires. Sin embargo, el Gobierno ha conseguido que oposición y Comunidades Autónomas cierren filas. Con rifirrafes y desajustes, por la falta de “talla política” de Quim Torra, pero ha conseguido que la coordinación institucional y política funcione de forma razonable.

El Gobierno ha recibido críticas por no haber actuado antes, pero se ha mantenido firme, asumiendo todas las competencias, la responsabilidad e imponiendo medidas graduales en función de la evolución de la enfermedad. Ha movilizado 200.000 millones pensando en cómo salir del agujero negro en el que nos ha inmerso el coronavirus.

Antes de la crisis los presupuestos pendían de un hilo. Eran necesarios los votos de ERC y se antojaban complicados por la presión de Junts per Catalunya, que cada día se afanaba intentando que la Mesa de Diálogo descarrilara irremisiblemente, y así evitar un apoyo de los republicanos.

Ahora, con el coronavirus destrozando la economía, los ahorros de miles de ciudadanos y con la necesidad de unos presupuestos expansivos que eviten un descalabro mayor cuando la crisis pase, Sánchez puede presentarlos, quizá, con un apoyo mayor del esperado por el cambio registrado en el Partido Popular y Ciudadanos. En palabras del propio presidente, unos «presupuestos de reconstrucción nacional». Habrá que ver si serán sólo provisionales o los definitivos, y si PP y Ciudadanos mantienen la mano tendida después de la emergencia sanitaria.