Coronavirus
Inusitada efervescencia
Así titula el obispo de Teruel-Albarracín un artículo que publicó la pasada semana en la página oficial de su Diócesis. Le respeto demasiado como para no tomarme en serio sus afirmaciones, aunque no sea yo diocesano suyo. En el texto hace reflexiones que causan una cierta perplejidad, y que deberían ser aclaradas en estos tiempos de tribulación y oscuridad.
Así, expresa su satisfacción por el hecho de que ese pasado domingo «todas las iglesias de su Diócesis están cerradas, entendiéndolo los creyentes responsablemente… salvo los que han hecho de su fe una costumbre atávica». Se queja de que algunos sacerdotes «se han puesto muy nerviosos» y nos «están bombardeando en los medios habituales de comunicación con iniciativas diversas para rezar… incluso sacando al Santísimo a pasear, sin permiso, por cierto». «¿No os parece que tanta Misa televisada mantiene a las personas en la pasividad de mirar…?». Estas «solo son para las personas enfermas e impedidas». Afirma también que «somos consumistas de lo religioso, con derecho a que no nos falte la Misa, aunque sea televisada… y tenga el mismo valor que rezar ante una estampa».
No sigo porque es suficiente, pero —por ejemplo—, creo que los millones de fieles que seguimos por televisión e internet la retransmisión desde Fátima de la extraordinaria ceremonia del día 25, o la misa diaria del Papa, no se merecen estos juicios. Monseñor: nuestra fe no es atávica, ni consumista, ni clerical. Sencillamente, creemos en Jesucristo.
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