Gobierno de España
Iglesias, la “pesadilla” del Consejo de Ministros
Sus compañeros de Consejo se quejan de que el vicepresidente quiere “inyectar sus propuestas extremistas propias de países como Cuba y Venezuela”
El caos reinante en el Gobierno, letal políticamente para algunos de sus miembros, se antoja «anárquico» en estos días cruciales para el país. Las fuentes consultadas coinciden en que el Ejecutivo es un equipo sin orden ni concierto, con ministros que toman decisiones por su cuenta y camarillas que persiguen imponer sus tesis. En La Moncloa, me asegura una persona con despacho en el complejo, «lo más cómodo es maquillar la realidad». Tirar del juego de las ilusiones es una característica de los ocupantes del palacio presidencial. También del socio de coalición, Pablo Iglesias, cuyo reto ante la pandemia viene siendo, según admiten personas conocedoras del tema, «aprovechar todas las ventanas de oportunidad» e imponer su «salida» a la página más negra de la historia reciente de España.
Ya es norma en el Gobierno que las decisiones del Consejo de Ministros, lejos de aprobarse en la cita del órgano colegiado, sigan abiertas a modificaciones, incluso vía WhatsApp, en medio de tiras y aflojas entre bandos de ministros. Así ocurrió con el «permiso retribuido recuperable» para reducir la actividad productiva no esencial, que vuelve ahora tras dos semanas de hibernación. Los choques empezaron el 12 de marzo en aquel Consejo de Ministros de siete horas que decretó el estado de alarma. Desde entonces, a decir de algún miembro del gabinete, las reuniones del Gobierno «en su mayoría han sido una pesadilla». Tanto como para disparar los rumores sobre amagos de dimisión de la vicepresidenta económica, Nadia Calviño, abiertamente enfrentada con un Pablo Iglesias dispuesto a lanzar una ola de nacionalizaciones ante el desafío vírico. No olvidemos su tan curiosa como subjetiva interpretación de la «intervención de empresas» del artículo 128 de la Constitución. O su descarado empeño por criminalizar a los emprendedores a la mínima ocasión.
El entorno del presidente no niega victorias de la facción de Unidas Podemos. Su equipo, eso sí, deja claro que las ha permitido Sánchez: «La decisión última es siempre del jefe tras escuchar muchas voces». «Este es un gabinete presidencialista», gustan repetir machaconamente en el puente de mando sanchista. En fin... La vuelta de la economía a una cierta normalidad desde este lunes ha redoblado la división interna. Para el vicepresidente segundo ha sido un trago amargo enviar a los trabajadores a su lugar de empleo, en contra de las sugerencias científicas, sin medidas suficientes de protección para todos ellos. De hecho, sus huestes culpan de la «injusticia» a empresarios ávidos de ganar dinero e incluso al «alma socialdemócrata» del Gobierno de coalición. Cualquier cosa con tal de apartar de Unidas Podemos la responsabilidad de tomar una decisión contra los trabajadores «más explotados», según la remasterizada versión morada de la lucha de clases. Aunque nada se les haya escuchado antes sobre colectivos como el sanitario, policías o farmacéuticos que han afrontado sin medios de protección las fechas más duras de la pandemia. Para los de Iglesias no deben ser «clase obrera».
«Iglesias presiona permanentemente a Sánchez», se quejan desde las sentinas del secretario general del PSOE. Según los ministros de Podemos, al igual que los acontecimientos requieren de un revolucionario cambio del rumbo económico, también puede imponérsele al presidente un importante giro político. Se trata, a sus ojos, de pulverizar toda tentativa centrista y arrastrar al Gobierno a sus tesis más radicales. A la postre, nada será igual después de la tragedia. El vicepresidente Pablo Iglesias se ve en la sala de operaciones del país ante una ocasión única y no quiere desperdiciarla.
El deseo de Iglesias de aprovechar el momento de emergencia para imponer su pensamiento es evidente. Ha fraguado su carrera contra el consenso de la Transición y lo que lo representa. Su teoría se sustenta en que fue una traición al movimiento obrero y cortó la posibilidad de implantar una democracia plena en España. Para el mandatario populista, la política debe hacerse desde el enfrentamiento, jamás desde el acuerdo. De ahí que sus pasos en esta crisis busquen aprovechar la angustia para implantar su elaborada arquitectura social. Es el manido «a río revuelto, ganancias de pescadores»: quiere inyectar sus propuestas extremistas, imposibles de financiar e inaceptables desde el contexto de la Unión Europea, para establecer una economía planificada propia de países como Cuba o Venezuela.
Naturalmente, tiene presente que las decisiones gubernamentales son colegiadas. Implican a todos por igual. Paradojas de la vida, más bien del «polvo del camino» del poder.
Eso aconseja dar pasos con tiento si no quiere saltar de un Gobierno que volase por los aires por sus contradicciones. De ahí que, aun siendo consciente de estar sentado en un Consejo de Ministros dividido, incapaz e insolvente –así lo define gente que conoce bien a Iglesias–, ahora no tenga otro remedio que tragarse a regañadientes, por ejemplo, el sapo de los «Pactos de La Moncloa» que Sánchez dice querer estampar. Una idea cuya mera mención le aterra. Tanto como para pedir al presidente, para hacer más soportable a la familia morada ese paso del Rubicón, cambiarle el nombre y llamarlo «Acuerdo Nacional para la Reconstrucción». Así justificaría ante los suyos la «claudicación», envolviéndola como «mera táctica» hasta alcanzar sus objetivos máximos. Por más, por supuesto, que él preferiría pertenecer a un Gobierno que en un momento como el actual apretase las tuercas para impregnar de ideología de izquierda dura cualquiera de las decisiones.
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