Coronavirus
Militares al rescate de los más mayores: «Ni un centímetro sin desinfectar»
LA RAZÓN acompaña a la Brigada «Guadarrama» XII del Ejército de Tierra en la descontaminación de una residencia de Segovia. «Es un honor», aseguran
La calle está vacía. Apenas un par de personas y tres coches contados pasan. Son las 10:30 de un extraño viernes festivo y el silencio que reina comienza a romperse cuando llega un convoy formado por una decena de vehículos militares. Poco a poco van bajando los uniformados hasta contar una treintena y de fondo se oyen los gritos de varios vecinos: «¡Gracias!», «¡viva el Ejército!». Algunos aplauden, entre ellos un par de mujeres desde la ventana de una residencia de ancianos: «¡Muchas gracias por venir!», les gritan. Y es que estos militares, pertenecientes a la Brigada «Guadarrama» XII de Madrid, van a llevar a cabo una de las tareas más demandadas en el marco de la «Operación Balmis» contra el coronavirus: la desinfección de un geriátrico en el que viven 70 personas. Hasta ahora, las Fuerzas Armadas han realizado cerca de 5.100 actuaciones de este tipo.
«Ahora no tenemos casos», deja claro la directora del centro. «Los hemos tenido, se les aisló y ya están bien», insiste. Sin embargo, pese esa buena situación, se muestra reticente a que se de a conocer el nombre de la residencia, pues estos centros han estado en el punto de mira por el elevado número de fallecidos en ellos. Así que, «para evitar que los familiares se asusten», únicamente diremos que estamos en algún lugar de la provincia de Segovia.
En la puerta, ante la atenta mirada de los pocos vecinos que de vez en cuando pasan o los que se asoman a las ventanas, ya se preparan los primeros militares. Serán dos grupos los que entren en dos fases diferentes. Los primeros son los especialistas de la Compañía NBQ (Nuclear, Biológica y Química) de la Brigada; 13 efectivos que han formado lo que denominan «Unidad de Descontaminación 1», bajo las órdenes del brigada Castillo. Su función será la de esparcir un virucida con termonebulizadores en cada una de las estancias. En equipos de dos personas (un jefe especialista y un operador) van siguiendo un patrón para que sea más efectiva su labor: desde las habitaciones del fondo hacia la salida y de las plantas superiores a las inferiores.
Uno de estos equipos está formado por el sargento 1º Cano y el cabo Domínguez. Ataviados con su equipo de protección completo, parece que les da igual el calor o el ruido ensordecedor que desprende su máquina. Una a una, el especialista entra en las estancias, comprueba que las ventanas están cerradas y comienza a esparcir el virucida. En unos pocos segundos una especie de nube cubre toda la habitación hasta que apenas pueden distinguirse los marcos de fotos que adornan la cómoda de uno de los residentes. «Llega a todos los rincones», aseguran.
En un momento dado, el sargento hace señas al cabo para indicarle que ya está. Es entonces cuando cierran la puerta y, con cinta americana, tapan todas las rendijas para evitar que se escape el producto. En la puerta pegan otro trozo en el que ponen la hora a la que han cerrado esa habitación. Han pasado poco más de cinco minutos y entran a la siguiente.
En otro equipo están el sargento 1º Fernández y el cabo Vélez. Mismo procedimiento estancia por estancia, creando «nubes» en cada una de ellas que, en este caso, cubren una bufanda del Athletic que cuelga de una estantería o el peluche que aguarda a su dueño encima de la cama. «Jamás nos hubiésemos imaginado que tendríamos que hacer algo así», asegura el cabo Vélez. Su unidad lleva ya cerca de 250 actuaciones nada convencionales y aun así, sigue sin acostumbrarse. «No queda otra y hay que hacerlo. Estamos para ayudarles».
Esos ancianos a los que ayudan aguardan en varias salas. Están tranquilos y alguno le da las gracias a los militares cuando pasan cerca por el pasillo. Otros miran por la ventana confiando en poder pasear pronto con normalidad.
Son las 13:00 y la primera fase ya ha concluido. Ahora hay que esperar al menos una hora a que el virucida actúe para empezar con la segunda. Así que los militares salen y, tras pasar por una estación de descontaminación, comienzan a recoger sus herramientas y a dejarlas a punto para su siguiente misión.
Y mientras ellos desmontan, entra en juego la segunda unidad de descontaminación. En este caso son 16 efectivos de la Compañía de Transmisiones nº12 del Batallón del Cuartel General. Antes del estado de alarma, ninguno había desarrollado estas tareas, pero no dudaron en proponerse voluntarios y formarse. Durante una semana, los especialistas desarrollaron para ellos un plan de instrucción «muy completo» para integrarse en la Compañía NBQ: «Usaron el mismo material, procedimientos y los diferentes descontaminantes», explica el brigada Castillo. Su superior, el teniente Rasero, lo corrobora y va más allá: «Hubo muchos voluntarios, más de los que necesitábamos. Para todos es un honor poder hacer esto por los ciudadanos. Es una misión en tu país y qué mejor manera de demostrar quiénes somos y que estamos para ayudar».
Cuando el reloj marca las 14:30, y después de airear las habitaciones, llega el turno de la segunda unidad. Divididos también en equipos, liderados por los sargentos Benayas, Rodríguez y Roldán, su tarea ahora será la de hacer una limpieza exhaustiva, rociando primero todas las superficies hasta una altura de dos metros con hipoclorito de sodio. Acto seguido, otro de los militares va limpiando a mano, con una solución hidroalcohólica de etanol y agua, los materiales más sensibles.
«No dejamos ni un centímetro sin desinfectar», confirma el teniente. Y así es, porque mientras cambian de habitación no se olvidan de los pasamanos del pasillo o el ascensor. «No lo suelen pedir pero lo hacemos porque es un posible foco de contagio, ya que mucha gente lo usa y tocan los botones», explica.
Son casi las 16:00 y la misión ha concluido. Poco a poco, los militares van recogiendo el material para marcharse. Limpian hasta los restos que hayan podido dejar los neumáticos de su vehículo en la entrada del centro. Enfrente, los efectivos se descontaminan de dos en dos mientras por una ventana se asoma una de las residentes. Esta vez no les grita ni aplaude, solo se despide de ellos moviendo la mano sin perder la sonrisa de la cara. Ellos le devuelven el gesto. Misión cumplida.
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