Elecciones Galicia

Alberto Núñez Feijóo, el barón que siempre tiene (otro) futuro

A punto de renovar mayoría por cuarta vez, es el único con laureles de victoria en el espacio alternativo a la izquierda

Ilustración de Alberto Nuñez Feijoo, Presidente de la Xunta de Galicia.
Ilustración de Alberto Nuñez Feijoo, Presidente de la Xunta de Galicia.Ilustración PlatónLa Razón

Sucedió hace unas noches durante una cena con empresarios en un restaurante de La Coruña. Una élite financiera gallega se reunía con el candidato a la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, a punto de renovar una gran mayoría por cuarta vez consecutiva. Y en el coloquio, un destacado empresario de Galicia, de esos que trabajan sin hacer ruido, que crean empleo sin alharacas, lo dijo claro: «El centro-derecha se llama Alberto». Nadie sabe si en recuerdo de aquel otro gran verso suelto del PP, Alberto Ruiz-Gallardón, o de quien ahora aspita a un récord electoral histórico, lo cierto es que el resultado de Núñez Feijóo trasciende mucho más allá de la Comunidad gallega. No quiso rivalizar con Pablo Casado bajo lo que unos califican de prudencia y otros de cobardía, pero es el único con laureles de victoria en el espacio alternativo a la izquierda radical. «Su gestión ha sido impecable», aseguran en los sectores socio-económicos gallegos ante la enorme crisis de la pandemia.

A partir de ahora, diseña una campaña en su más puro estilo, apurando los plazos, con mucha reflexión, midiendo las palabras y ante los suyos. Todos en el entorno de Alberto Núñez Feijóo están convencidos de la victoria, pero él se mantiene expectante. «Nada se gana de antemano», dice el aspirante gallego del PP, el único con tres mayorías absolutas, que se ha debatido mucho entre motivos políticos y personales. Pero este orensano de profundas raíces con su tierra decidió apostar de nuevo y aparcar el reto del liderazgo nacional a su compromiso con Galicia. «Como un capitán calmado frente a la tormenta que le esperaba», dicen quienes bien le conocen sabedores de que aquella batalla por batutar el PP no era nada fácil, tampoco exenta de juego sucio. Y ahora, olvidado ese tiempo de primarias, Feijóo parte como «el deseado», con el balance de una gestión modélica que, según todas las encuestas, le puede reportar un voto de amplio espectro.

Ha ejecutado una brillante gestión en la presidencia de la Xunta de Galicia, sin estridencias, sin rodearse de un gran séquito y sin perder el contacto con la gente. Llevó al gobierno gallego un aire de modernidad, un sentido práctico de la política para solucionar problemas, alejado de pompas y desorden. Su objetivo fue mantener la estabilidad de Galicia como una de las comunidades más solventes de España frente al caos de unas mareas populistas envueltas en una sopa de siglas. Eterna esperanza blanca en pista para otros puestos, siempre a caballo entre su tierra y Madrid, su carrera estuvo marcada por tres paisanos claves: Manuel Fraga, José Manuel Romay Beccaría y Mariano Rajoy. Los dos primeros le llevaron a la Xunta de Galicia y, tras la victoria de José María Aznar, el entonces ministro de Sanidad, Beccaría, le trajo a Madrid para presidir el Insalud y la entidad pública Correos y Telégrafos. Aquí forjó su fama de excelente gestor hasta las elecciones de 2009 en que logró la presidencia de la Xunta y puso fin al bipartito entre los socialistas y el BNG.

La victoria de Feijóo fue el punto de inflexión de un PP que, a partir de ese momento, no dejó de crecer hasta la mayoría absoluta de 2011. «Alberto nos dio suerte», comentaba siempre Mariano Rajoy. El mismo sentimiento albergan ahora sus partidarios, despejadas las dudas. En la sede de Génova, Pablo Casado sabe bien que Alberto Núñez Feijóo es un test en toda regla: necesita su triunfo, pero al mismo tiempo no ignora su trascendencia en clave nacional. Si el gallego logra su cuarta mayoría absoluta, será el único en toda la historia del PP en haberlo logrado. Nada baladí a tener en cuenta. Además, el resultado de Núñez Feijóo pone a prueba también la respuesta de una ciudadanía lacerada por la pandemia del virus y una crisis económica sin precedentes. Es la hora del pragmatismo y la buena gestión frente a la demagogia de una izquierda trasnochada, fracasada y populista.