El desafío independentista
La Mesa de Diálogo se retrasará hasta después del 12-J
Torra y Puigdemont quieren utilizar su convocatoria para dinamitarla y ERC necesita que Sánchez cumpla el compromiso que le permitió granjearse su apoyo
ERC está forzando la situación para conseguir que la Mesa de Diálogo entre gobiernos se reúna en el mes de julio. Junts per Catalunya, con el presidente Joaquim Torra, también quiere que la Mesa tenga una fecha de reunión. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, sigue apuntando su posición favorable a que se produzca esta reunión marcando la línea roja de que «no se hablará de autodeterminación». O sea, volvemos a la casilla de salida tras el último encuentro antes de la pandemia. Ahora los dimes y diretes apuntan que la Mesa se convocará y se cruzan apuestas para fijar el día. No parece que antes de las elecciones vascas y gallegas se haga la convocatoria. Habrá que esperar a la segunda quincena de julio. Y para esos días ya veremos como tenemos el patio.
Porque la situación es bien diferente. ERC marca distancias con el Gobierno abandonando su apoyo al Ejecutivo durante la prórroga de los estados de alarma y en el último decreto de la nueva normalidad. Los republicanos quieren, a pesar de sus diferencias, que Sánchez cumpla el requisito básico que le permitió lograr el voto favorable de ERC en la investidura. Si la Mesa no se convoca, ERC sabe que recibirá ataques por tierra, mar y aire de sus «enemigos íntimos» de Junts per Catalunya, que la acusarán de plegarse sin contrapartidas a España, un sustantivo que en boca de independentistas tiene toda una carga negativa.
Torra, y su amalgamada prole de Junts per Catalunya, quiere que se convoque con un único objetivo: dinamitarla. En los últimos días, el activista Torra ha vuelto a lanzar la idea de convocar un referéndum. Quiere la convocatoria porque quiere recibir un no, en cuánto más contundente mejor. Una negativa que está en el guion y que será utilizada con cainismo contra ERC y para agitar a sus huestes. En las últimas horas, ha demostrado su escaso interés. Ha acusado al Partit Nacionalista de Catalunya, el recién nacido partido liderado por Marta Pascal, de rendir pleitesía a España. Nada más lejos de la realidad, pero para el independentismo más irredento el hecho que el PNC abandone la vía unilateral y reivindique unas relaciones de confianza y de respeto mutuo entre España y Catalunya, a Torra le parece una traición de alto standig.
Con estas perspectivas, la Mesa fracasará porque una de las partes no tiene ningún interés de que funcione. Torra, Puigdemont y JxCAT quieren utilizar su convocatoria para dinamitar cualquier puente que ERC y Gobierno hayan construido. Además, la Mesa de Diálogo pensada como Mesa de gobiernos, es un oxímoron en sí misma. El Gobierno de la Generalitat simplemente no existe. Desde hace tiempo, pero la proximidad de una convocatoria electoral pone en evidencia que en Catalunya existen dos gobiernos. En este escenario, no sería más lógica aparcar la mesa hasta la celebración de elecciones que diera paso a un nuevo gobierno y entonces retormarla sabiendo quién es el interlocutor. La Mesa de Diálogo no es una reunión a dos, es una reunión a tres.
Ahora Torra quiere una mesa que nunca ha deseado. La quiere utilizar sabiendo que él, el activista Torra es desechado como un kleenex por sus propios sicarios. Su presidencia toca a su fin y no tiene ninguna posibilidad de continuar. Además, Junts per Catalunya está inmersa en una pelea cainita en la que se define el «patriotismo» contra el que más grita contra España. Jordi Puigneró, consejero de su gobierno, tiene muchos números para ser la mano que mece la cuna de Puigdemont. Un detalle, Puigneró apoya las tesis que definen a Colon, Cervantes, Santa Teresa de Jesús o Shakespeare como catalanes en la línea de Instituto de la Nueva Historia. Los otros aspirantes al podio de Puigdemont, que casi con seguridad será el candidato para remachar su posición de «presidente legítimo», tienen la misma pulsión de activista como Joan Canadell, presidente de la Cámara de Comercio, o la mismísima Laura Borràs que ha quedado desnuda ante el Supremo por la concesión del suplicatorio por parte del Congreso. A partir de aquí, la lista de candidatos es interminable. En cuánto más estridencia en las posiciones, mejor situado se está en el trono «puigdemoniaco», en definición de Carlos Alsina.
La Mesa es pues la próxima batalla, no con el Gobierno de España, sino entre el independentismo. Un arma arrojadiza que se lanzará contra los «traidores» de Esquerra Republicana y contra el «muy totalitario» Gobierno de España. Entonces, para qué convocarla. Si se hace el fracaso está asegurado y Partido Popular y Ciudadanos, Vox incluso se rasgará las vestiduras, lanzarán toda clase de diatribas acusando a Sánchez de claudicación ante el independentismo. Si no se convoca la Mesa, Junts per Catalunya tendrá parte de su campaña hecha. ERC dio su «sí» a Sánchez a cambio de nada y de Sánchez no se puede esperar nada. Solución, la independencia unilateral. Saben que esa quimera todavía funciona en una buena parte del electorado.
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