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Entre el altar y el trono
La ceremonia de Estado de ayer, fue más propia de otras civilizaciones y culturas, no sé si precristianas o quizás postcristianas, y con una liturgia impregnada de un espíritu neopagano, que las evocaba intensamente.
Resulta muy llamativo que en una Nación como España –cuya historia, cultura, y valores son indisociables del cristianismo– se homenajee con un tal ceremonial conjuntamente a vivos y muertos. La fobia anticristiana de Sánchez e Iglesias lleva a situaciones como la vivida ayer, entre el «Altar y el Trono», a medio camino de la Catedral de la Almudena y el Palacio Real.
La aconfesionalidad del Estado no es sinónimo de laicismo, sino algo muy diferente, y poner en el mismo plano a la Iglesia católica y a los católicos, con los mormones, budistas y otras iglesias, confesiones, creencias o sectas –con el debido respeto–, es una clara violación del espíritu y letra de la Constitución, del sentido común y del reconocimiento a las creencias de la mayoría de españoles.
También los muertos y los vivos se merecen que se reconozca pública y oficialmente cuántos ancianos fallecieron en las residencias con morfina, en el mejor de los casos, como único tratamiento. Singular y curioso que Iglesias se vista de impecable esmoquin para acudir a los Goya como ciudadano particular, y acuda descorbatado como vicepresidente del Gobierno a un homenaje de Estado a las decenas de miles de compatriotas muertos, y a los supervivientes. Singular ceremonia y protocolo.
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