Terrorismo

Otegi, “el gordo”

Arnaldo Otegui, en una imagen de archivo / Efe
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Cuándo el signo político en España cambia inesperadamente en el año 2004 uno de los retos más artificiales a los que se enfrentaba el nuevo Gobierno era el de colgarse la medalla de haber acabado con ETA. El objetivo era la foto de la victoria y ganar la carrera a la historia, pero lo importante, ante todo, proclamar el fin de ETA. En el año 2005 durante las negociaciones en Ginebra, Suiza, con la banda terrorista en el Centro para el Diálogo Humanitario Henri Dunant rápidamente se dieron cuenta ambas partes que faltaba un interlocutor válido para hablar en nombre de ETA.

El jefe de la banda asesina por aquel entonces, Thierry, presente en algunas de las reuniones, además de muy mesiánico, no dejaba de ser un líder circunstancial que estaba enfrentado con el otro jefe de la banda, concretamente con Txeroki. Otra opción era Josu Ternera, también presente en las negociaciones, y aunque había sido diputado del Parlamento Vasco y miembro de la Comisión de Derechos Humanos, los atentados que tenía en su historial eran de los más sangrientos, con niños incluidos.

Realizados los descartes y debido a la ineptitud de los candidatos solo quedaba él, “el Gordo”. Repudiado por los suyos como terrorista, por incompetente, pero al fin y al cabo terrorista como el que más. Que ante la falta de futuro en ETA, fue carcelero durante el secuestro del responsable de Michelín, Luis Abaitua, y pistolero frustrado, pasó a intentar ser intelectual nacionalista terrorista vasco y también fue condenado por ello.

El perfil era perfecto, un “outsider”, la ejemplificación perfecta de la “teoría del sándwich mixto”, ni demasiado terrorista, ni demasiado erudito, con el expediente de asesinatos limpio, con un recorrido político-intelectual tan corto que no ofendía a nadie dentro ni fuera de ETA, y sobre todo manejable y moldeable.

Y es así como nace “Otegi”. Surge de la necesidad urgente e imperiosa de un mediador, un Gerry Adams o Nelson Mandela, que como había sucedido en otros procesos similares de reconversión de la violencia diera humanidad a las atrocidades del terrorismo y lo socializara ante el inminente pacto del mal llamado “fin de ETA”.

Otegi no existe, es un producto de Zapatero y Egiguren creado “ad hoc”, con el beneplácito del PNV, para las negociaciones de Ginebra y las posteriores conversaciones en Oslo. Un hombre de paja para escenificar la negociación con ETA, que en realidad no estaba autorizada por la banda y que así lo hizo saber con el atentado del Aeropuerto de Madrid en la T4.

Mickey Mouse y Otegi son lo mismo, los dos son personajes de ficción, que distraen y entretienen, pero no son reales. El que sí existe es el terrorista apodado el Gordo que encarna a su “alter ego”, Otegi. Ahora vemos que “el Gordo”, pasando por Otegi, da vida a un nuevo ser imaginario, el “socio preferente”.

Pero detrás de Otegi, el hombre de paz, el socio preferente, y todos los personajes de fábula que se quieran crear, siempre estará el terrorista de ETA el Gordo. Aquel que quiso y no pudo ser etarra de primer nivel, pero igual de asesino que el resto, y se tuvo que conformar con ser la marioneta de la izquierda abertzale para hacer de recadero. Nunca debemos olvidar que mientras haya representantes de ETA en nuestras Instrucciones, y encima estos condicionen las decisiones políticas, la herida de las víctimas del terrorismo no dejará de supurar dolor, pena, desconsuelo y humillación.

Víctor Valentín Cotobal, Vicepresidente de la Asociación Dignidad y Justicia.