Rifirrafe

Moncloa: “Iglesias pierde votos cada vez que la monta”

Sus encuestas constatan la caída de Podemos y el «liderazgo» de Sánchez. La comisión del pacto queda relegada a las comidas entre presidente y vicepresidente

La ministra portavoz y titular de Hacienda, María Jesús Montero, junto con el vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias
La ministra portavoz y titular de Hacienda, María Jesús Montero, junto con el vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo IglesiasAgenciasLa Razón

La presión constante que inyecta al Gobierno de coalición el vicepresidente, Pablo Iglesias, está afectando a la eficacia y a los tiempos del escudo social con el que necesitan responder a la segunda ola de la pandemia. Iglesias es un obstáculo en la operatividad del Ejecutivo, y esto no lo niega nadie, pero en Moncloa también son tajantes respecto al coste político-electoral de la estrategia que sigue el líder de los «morados». El trabajo de campo demoscópico de la élite de la «fontanería» del Gobierno zanja la discusión: «Cada vez que Iglesias la monta, él pierde votos».

Iglesias la «monta» justo para ganar espacio, tener protagonismo y consolidar apoyos entre sus bases. Sin embargo, en el Gabinete del presidente dicen, con sus datos en la mano, que «no le está saliendo bien ni le puede salir bien» porque después de cada uno de los pulsos que plantea, «la realidad es que, aunque se los cuelgue como un triunfo, en nuestras encuestas los tantos siguen sumando a favor del PSOE y restando a la marca Podemos». ¿Por qué, si justo la impresión que se traslada es que todo lo popular sale gracias a la presión de Podemos? Contestan con la regla de que en el Gobierno de coalición gana siempre electoralmente el partido que manda, en este caso el PSOE. Y también añaden que el electorado de izquierdas tiende a atribuir a Pedro Sánchez todo lo que se hace, lo malo, pero también lo bueno, y «por mucho que tense la cuerda Iglesias, la bronca se vuelve en su contra, aunque no lo vea».

La pugna electoral condiciona, y mucho, la cohabitación del Gobierno de coalición. De hecho, todo se explica, prácticamente, en esa competición por el voto, ya que la fuerza de oposición que Iglesias plantea internamente se mueve por el objetivo de utilizar su poder en las instituciones para sostener los escaños y los votos de su formación. Con un partido en profunda crisis territorial y en crisis orgánica, ésta es la única arma que le queda. Pero en lenguaje coloquial, puede decirse que en el Gabinete del presidente se fuman un puro, electoralmente hablando, con los empujones de Iglesias.

En el entorno del presidente confiesan que sólo una vez hasta ahora han temido seriamente por la ruptura de la coalición, sin dar más datos, pero en el momento presente, y pese al choque, intencionadamente sobreactuado en el plano público por la delegación morada, no tienen ningún temor. «Iglesias aprieta, pero no está en condiciones de romper nada, por ahora». El futuro está por escribir y ahí la pregunta clave es si Iglesias resistirá dentro del Gobierno si llega el momento, como sostienen que llegará en círculos económicos, de que Europa nos empiece a apretar las tuercas una vez se supere la etapa sanitaria más dura de la pandemia. Es decir, cuando ya esté en marcha el proceso de vacunación y toque centrar la atención en las reformas estructurales y en las garantías que deben acompañar al desembolso de los llamados fondos de reconstrucción.

Pero en el juego político Moncloa ve ese escenario muy lejos, cuenta con que Iglesias siga «desgastándose» con sus «zancadillas», y cree, además, que lo fundamental es que Iglesias «tiene muy difícil recuperar el control de la calle». Habrá que verlo cuando llegue el momento de ajustar ingresos y gastos, de presentar el techo de gasto de 2022 o de presentar en Bruselas la agenda de trabajo y las perspectivas económicas para ese ejercicio. En Moncloa saben que Iglesias puede romper el Gobierno si la calle se calienta o, eso sin duda, cuando haya presión electoral. Pero es una posibilidad tan a medio-largo plazo que hoy no está entre sus preocupaciones.

Que en el plano del coste electoral no agobie en el lado socialista del Gobierno la estrategia de Iglesias no quita para que sí sean conscientes y sí les ocupe, y les preocupe, el problema que supone su pulso constante en el proceso de gestión de una crisis de estas dimensiones.

Iglesias ha decidido atarse a un programa electoral y de investidura que ha quedado superado por la tragedia de la pandemia, a sabiendas de que no puede llevarse a la práctica sin asumir un coste en Bruselas y ante el Banco Central Europeo (BCE). Pero eso es problema de Sánchez, y de la vicepresidenta, Nadia Calviño, no suyo. El proceso de expansión del gasto, de escalada de la deuda, de subida de salarios públicos y de pensiones, con las cifras de paro y de destrucción de empleo que registra España, es insostenible a medio plazo si el Gobierno quiere proteger su credibilidad ante Bruselas, de la que dependen los fondos, y quiere, además, atraer las inversiones necesarias para dar un impulso a la recuperación. Y ésta es la incompatibilidad innegociable entre la posición de Iglesias y lo que debe hacer Sánchez para no enemistarse con el «pagador» de los fondos de los que depende el futuro del país. Ayer el presidente del Gobierno se presentó en el Congreso para rendir por primera vez cuentas en el segundo estado de alarma, después de que un Consejo de Ministros extraordinario lo aprobase el pasado 25 de octubre por un periodo de seis meses. Y sus dos objetivos para estas fechas constan como incumplidos. Ni España ha conseguido llegar a la Navidad con una situación «lo más normalizada posible» ni tampoco ha cumplido sus plazos en lo que afecta a la aprobación del escudo social. En el centro del debate está la paralización de los desahucios, la prohibición del corte de suministro de luz, los planes de ayuda a la hostelería y el comercio, la subida del salario mínimo o el atasco en la gestión del pago del ingreso mínimo vital.

Ayer fue un día de bronca permanente en la coalición. De Iglesias con la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, en un reservado del Congreso. De Iglesias con la ministra de Exteriores, Arancha González Laya, hasta el punto de que el vicepresidente se levantó de su escaño y se fue al escucharla decir que la política de Venezuela la deciden Sánchez y ella. Pero el gurú dice que el que sale perdiendo, votos, es Iglesias.