Crisis diplomática

Declaraciones inoportunas

Que Iglesias vaya por libre no está contribuyendo a reforzar la imagen de España, sino a todo lo contrario

El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez (i), y el ya expresidente del Gobierno de Marruecos, Saadeddine Othmani (d), durante la reunión bilateral que mantuvieron en el marco de la Cumbre mundial de migraciones para firmar el "Pacto Global"
El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez (i), y el ya expresidente del Gobierno de Marruecos, Saadeddine Othmani (d), durante la reunión bilateral que mantuvieron en el marco de la Cumbre mundial de migraciones para firmar el "Pacto Global"Kiko HuescaEFE

Yo tomaría nota pero no lo dramatizaría. Que el primer ministro marroquí declare a un periódico egipcio que después del Sáhara habrá que reconocer que Ceuta y Melilla son marroquíes es algo desagradable para nosotros pero, rechazándolo, no podemos rasgarnos las vestiduras. Hay bastantes medios de información, desde hace años, que tienen la querencia de concluir que «una vez más nos estamos bajando los pantalones ante los marroquíes». En la pequeña barahunda oigo o leo que hemos llamado a consultas a la embajadora y que Moncloa reacciona enérgicamente ante el desafío. El confusionismo es total. Un Gobierno llama a consultas a su embajador pero convoca, un escalón menor, a un embajador extranjero para manifestarle la protesta por un acto determinado. Normal cuando hay un sarpullido de no brutal relevancia.

Eso es lo que ha ocurrido, Exteriores ha llamado a la embajadora de Marruecos imagino que para reiterarle, una vez más, que las dos ciudades son españolas y que alegar ahora reivindicaciones sobre las mismas puede agriar las relaciones en momentos delicados. La reacción no ha sido de Moncloa, sino, como es normal, del Ministerio de Asuntos Exteriores que, aunque Pablo Iglesias parezca ignorarlo y abandone el Parlamento cuando toma la palabra la ministra Laya, sigue existiendo. Una secretaria de Estado ha manifestado nuestro malestar. La diplomática marroquí ha podido responder a la Secretaria que no nos sulfuremos porque esa pretensión marroquí es sobradamente conocida; al ser interrogados nuestros vecinos, la mayoría de la población de Marruecos viene respondiendo que son ciudades suyas que quieren recuperar.

Y si se explaya la embajadora árabe puede añadir a su interlocutora: «Me va usted a decir que aunque nuestra postura sea conocida en su Ministerio y en el Gobierno español no era el momento de sacar el tema enarbolando contenciosos inoportunos si queremos templar las relaciones, ¿pero qué me dice usted de las declaraciones del señor Iglesias, que para mí es el vicepresidente del Gobierno, cuando blandió la cuestión del Sáhara en fechas en que ustedes querían encontrar soluciones al tema de las pateras y estábamos preparando una cumbre entre los dos países? ¿ Era el instante adecuado para pedir un referéndum sobre el Sáhara, un territorio que para nosotros es una provincia marroquí? ¿Estaba Iglesias distendiendo la atmósfera?».

Evidentemente no, digo yo. Y no me habría gustado estar en los zapatos de la secretaria de Estado cuando haya oído las explicaciones o las refutaciones de la colega marroquí. En resumen, ¿puede el vicepresidente español remachar extemporáneamente algo que irrita a los marroquíes y el primer ministro alauita incurre en un delito internacional porque dice algo que nos molesta aunque para ellos sea un hecho incuestionable?

Las dos manifestaciones han sido inoportunas. No debemos bajar la guardia y cada vez que aflore el tema habremos de manifestar a Rabat que las dos ciudades son españolas desde tiempo inmemorial y que existen, además, otros aspectos como que las Naciones Unidas, con multitud de resoluciones, cuestionan, sin pronunciarse sobre su destino final, la marroquinidad del Sáhara y no han puesto en duda la españolidad de nuestras dos ciudades. Con todo, el ego de Iglesias, el deseo de mostrar que el Gobierno tiene una política pero que, en abundantes aspectos, él tiene otra ha producido la tensión con Marruecos, la suspensión de la cumbre, las declaraciones sobre Ceuta y Melilla del primer ministro y, por ende, con su ir por libre Iglesias no está contribuyendo a reforzar la imagen de España, sino a todo lo contrario.