ETA

El antes y el después del atentado de la T-4 en el aeropuerto de Barajas

Se cumplen 14 años de la acción criminal de ETA que permitió establecer la falsa dicotomía entre “lobos y corderos”

El poder destructivo de la banda terrorista quedó patente en el atentado de la T-4 de Barajas, que se cobró dos víctimas mortales
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Se cumplen 14 años del salvaje atentado de ETA contra uno de los aparcamientos de la T-4 del aeropuerto de Barajas, que costó dos vidas humanes y cuantiosos daños. Aunque la banda terrorista ha sido derrotada operativamente, los continuadores de su “brazo político” avanzan paulatinamente en el logro de sus objetivos.

Aquel atentado, planificado para dejar en evidencia al Gobierno que negociaba con los pistoleros (la víspera, el presidente anunciaba que las conversaciones avanzaban con buen pie) fue un alarde de estrategia ya que los que se apresuraron a cortar para siempre los contactos, no tardaron semanas en reanudar las reuniones. Los terroristas no perdieron la iniciativa, la ganaron.

La acción criminal sirvió para que los representantes del brazo político, entre los que ya andaba Arnaldo Otegui, transmitieran su desaprobación por lo que habían hecho los “duros”. Era, si se analizan los hechos ahora, pasado el tiempo, una manera de empezar a legitimarse, a transmitir que apostaban por “la paz” y que lo mejor era contar con ellos en el futuro.

Tuvieron que pasar los años, consumarse la derrota operativa de ETA, incluido el intento de resucitar el “brazo político” en su versión más dura, lo que llevó a Otegui a la cárcel, para que los frutos de aquella estrategia de “buenismo” dieran sus frutos y Herri Batasuna, en su versión EhBildu, se convirtiera en una fuerza “determinante de la izquierda” hasta el punto de ser imprescindible para que los socialistas gobiernen en España y en una de sus comunidades, Navarra. Las encuestas les dan ya más diputados que el PNV. Un dato a tener en cuenta.

Aquel atentado, a 14 años vista, hay que analizarlo en su exacta dimensión. Un acto de fuerza que sirvió para crear la falsa dicotomía entre lobos y corderos.

Mientras el presidente el Gobierno lanzaba las campanas al vuelo, un etarra estacionaba una furgoneta-bomba en el módulo D del aparcamiento de la terminal 4 de Baraja.

A las 7:55 horas del día siguiente, un individuo que dijo hablar en nombre de la banda terrorista (Igor Portu) informó telefónicamente a la asociación de ayuda en carretera Detente y Ayuda (DYA) de Guipúzcoa de la exacta ubicación del vehículo. Incluso, marcó la hora de la explosión, las 9,30, para que diera tiempo a desalojar el lugar, al menos eso era lo que intentaban aparentar ya que la detonación se produjo media hora antes. Para asegurarse, el etarra llamó también a los bomberos de Madrid y al número de emergencias 112 de Guipúzcoa con el mismo mensaje.

Fallecieron los ecuatorianos Carlos Alonso Palate Sailema y Diego Armando Estacio, quienes no se percataron de la orden de desalojo dada por las autoridades.

La explosión produjo la casi total destrucción del módulo D del aparcamiento y, por ello, el hallazgo de los cadáveres resultó muy dificultoso.

En 2008, la Guardia Civil detuvo a los etarras integrantes del “comando Elurra” como responsables del atentado. Protagonizaron un intento infructuoso de acusar a los agentes de malos tratos. Se descubrió que el cabecilla Garikoitz Azpiazu, “Txeroki”, había dado la orden a todas las células de denunciar torturas pese a que no existieran. Una estrategia para desactivar y desacreditar a las Fuerzas de Seguridad.

Tras la T-4, ETA siguió causando muertes, entre ellas la de los guardias civiles de Capbreton y los de Mallorca, un empresario, un concejal, un militar....mientras la Guardia civil cercaba sus movimientos hasta obligarles a declarar el alto el fuego definitivo y el fin de actividades.

A partir de ese momento, fue el brazo político el que cobró el protagonismo, hasta llegar a nuestros días, con los resultados de todos conocidos que tanto dolor y escándalo causan entre las víctimas.

Hubo un antes y un después del atentado de Barajas.