Militares
«Es posible que antes no se nos viera. Pero ahora, la gente nos ha visto actuar y se ha dado cuenta de que tiene unas Fuerzas Armadas que están con ella y que sirven para protegerla, para ser ese escudo que le permite desarrollarse en paz y libertad». Con estas palabras, el Jefe de Estado Mayor de la Defensa (JEMAD), general Miguel Ángel Villarroya, definía hace menos de un mes –en una entrevista con LA RAZÓN– el reflejo que en la sociedad ha tenido la participación de los militares en la lucha contra el coronavirus a través de las operaciones «Balmis» y «Baluarte».
Lo dice el que quizás fue el primero al que vieron los ciudadanos, quienes un día, al encender la televisión, se encontraron a un general vestido de uniforme contándoles desde Moncloa lo que hacían los militares en la calle. Él y su «en tiempos de guerra, todos los días son lunes», se convirtieron en habituales de las ruedas de prensa del Comité Técnico.
Y es que entre todo lo atípico vivido en este año 2020 a causa de la pandemia, una de las principales novedades ha sido el despliegue en la calle de los uniformados de los Ejércitos, la Armada y la Unidad Militar de Emergencias (UME), en la que es la mayor operación militar en territorio nacional en tiempos de paz. Una labor que llevaron a cabo –y llevan– sin dejar de lado ninguna de sus otras tareas o misiones.
Fue el 15 de marzo cuando en los cuarteles de la UME sonó la alarma. Como «punta de lanza» ante catástrofes, tocaba desplegarse para hacer frente a un enemigo invisible en una misión que era completamente nueva para todos. Fueron 911 efectivos los primeros que ese día salieron a las calles en siete ciudades para llevar a cabo unos reconocimientos previos con el fin de decidir dónde centrar los esfuerzos.
Más de 8.200 en las calles
A partir de ahí, el contingente no dejó de crecer día a día hasta llegar al 3 de abril, cuando se contabilizó el máximo de 8.261 efectivos en 291 municipios de toda España. Y es que la participación de los militares se consideró clave, entre otros muchos motivos por sus numerosas capacidades y su rapidez de despliegue.
Esos 8.261 uniformados fueron el tope y desde ese día la cifra fue reduciéndose hasta el 21 de junio, cuando se dio por concluida la «Operación Balmis». Pero las Fuerzas Armadas no colgaron el cartel de «cerrado» y continuaron ayudando a los ciudadanos con apoyos puntuales durante todo el verano, hasta llegar a finales de septiembre, cuando los rebrotes y la tan temida segunda oleada obligó a Defensa a reactivar esta misión bajo el nombre de «Baluarte».
Pero sin duda, la misión más demandante fue «Balmis», pues los militares se enfrentaban a un enemigo nuevo, con muchos frentes abiertos y sin un plan de contingencia aplicable a esta situación (sólo había uno para casos como el ébola).
Pese a ello, prácticamente de la nada organizaron una estructura rápida y eficiente que se coordinaba desde el Mando de Operaciones (MOPS). Allí, en una pequeña sala presidida por enormes pantallas y mapas, los uniformados recibían todas las solicitudes de ayuda de las regiones y las repartían entre los diferentes «Mandos Componentes» (Ejércitos, Armada y UME). Llegaron a gestionar más de 600 solicitudes de ayuda al día, teniendo incluso que poner muchas de ellas en lista de espera.
La desinfección, la «estrella»
En los 98 días que estuvo activa, las Fuerzas Armadas llevaron a cabo más de 20.000 intervenciones en 2.300 localidades de todo el país, destacando más de 11.000 desinfecciones, sobre todo en las residencias de ancianos, actuando en 5.300 de ellas. O en 3.500 centros sanitarios.
También levantaron una veintena de hospitales de campaña para ampliar la capacidad de varios centros o transportaron más de 160 toneladas de material sanitario en los 70 vuelos que realizaron los aviones del Ejército del Aire, que incluso llegaron a ir y volver de China con mascarillas en apenas 30 horas.
Cadáveres en las morgues
Pero sobre todo, la tarea más dura en la que muchos de los uniformados estuvieron inmersos fue el traslado de cadáveres a las morgues improvisadas de la Comunidad de Madrid o la custodia de los féretros en las pistas de esos tres palacios de hielo, que se reconvirtieron a causa de la pandemia. «Ha sido la misión más importante y más dura de toda mi trayectoria militar», apuntaba tajante a este periódico hace unos meses la sargento 1º Brenda María Basanta, de la UME, quien durante tres semanas estuvo en uno de estos recintos.
Ella reconocía que lo que vio, «no se me olvidará jamás. Cientos de metros de pista de hielo cubiertos de cientos de ataúdes». Y es que por esas tres morgues pasaron algo más de 1.800 cadáveres, la gran mayoría custodiados por militares que, como han recordado en numerosas ocasiones: «Se fueron con dignidad». Tal y como explicó el jefe de la UME, teniente general Luis Martínez Meijide: «Tratábamos a los fallecidos como si fueran nuestros».
Todo esto, en las calles, donde fueron realmente visibles, pero también han luchado contra la pandemia en otros frentes, como ha sido el caso de los hospitales militares o el Centro Militar de Farmacia de la Defensa.
Hospitales militares
En lo que se refiere a los dos hospitales militares, entre el de Madrid («Gómez Ulla») y el de Zaragoza («Orad y Gajias») trataron a cerca de 15.000 enfermos. Ambos centros se vieron obligados a aumentar el número de camas y de profesionales para centrarse casi en exclusiva en pacientes con coronavirus, llegando a estar al borde del colapso en más de un momento.
En este punto, también destaca la labor de los militares en la UCI que desplegaron en el hospital temporal de la Feria de Madrid (IFEMA), la única unidad de pacientes críticos de ese centro. Allí, efectivos de la Unidad Médica Aérea de Apoyo al Despliegue (UMAAD), acostumbrados a tratar heridos en guerras como la de Afganistán, atendieron a 25 pacientes, de los que tres fallecieron. En total, una decena de uniformados del Ejército del Aire trabajó codo con codo con sanitarios civiles en jornadas de 15 horas durante el tiempo que estuvo abierta.
Buques y aviones medicalizados
Sin olvidar en este ámbito que, en Ceuta y Melilla, la Armada desplegó un buque(el «Galicia») para que su hospital embarcado permitiese ampliar la infraestructura sanitaria en caso de necesitarse.
O los aviones que el Ejército del Aire medicalizó para poder realizar aeroevacuaciones: los A400M, los C-295 y hasta los VIP del 45 Grupo de Fuerzas Aéreas se prepararon para trasladar a pacientes si así se requiriese.
Farmacia militar
Al igual que ocurrió en el Centro Militar de Farmacia, donde desde el minuto uno no dejaron de fabricar fármacos, solución hidroalcohólica e incluso mascarillas. Es tal la importancia de este centro que Defensa ha adquirido recientemente cinco ultracongeladores para almacenar las vacunas.
Y también ha participado en esta lucha el Centro de Transfusión de las Fuerzas Armadas, colaborando con el Hospital Puerta de Hierro en un ensayo para el tratamiento de enfermos graves con plasma hiperinmune de pacientes convalecientes de Covid.
«Nuestros caídos»
Estos tres meses, los de la primera oleada, sirvieron, por un lado, para acercar a las Fuerzas Armadas a la sociedad, dejando imágenes nunca vistas: militares llevando la compra a los ancianos en los peores momentos de la pandemia, aplaudidos cuando desinfectaban en Cataluña o llorando en una improvisada morgue mientras cantaban «La muerte no es el final» en honor a los fallecidos. «Nuestros caídos», decían ellos.
Y también, vehículos militares, muchos, por las vacías calles de toda España. Llegó un momento en que ya no era raro ver un camión de la UME a las puertas de una residencia o vehículos descargando material para levantar carpas en el parking de un hospital para aumentar su capacidad.
«Balmis II» o «Baluarte»
Pero también sirvieron para que los Ejércitos y la Armada perfilaran sus planes de actuación para hacer frente a este tipo de situaciones. De hecho, tras el verano y la llegada de la tan temida segunda ola, volvieron a reactivar toda la estructura de «Balmis» para la nueva «Operación Baluarte», en la que añadieron a su cartera de capacidades una nueva: los rastreadores, los cuales comenzaron a formarse en verano.
Fue a finales de septiembre cuando arrancó esta misión, en la que han llevado a cabo las mismas tareas que en «Balmis» pero con menos intensidad, pues entre otras contaban con esas tan castrenses «lecciones aprendidas». De hecho, la desinfección sigue siendo lo más demandado y en esta nueva etapa se han centrado sobre todo en aquellas instalaciones en las que se realizan tests a los ciudadanos.
En estos casi tres meses de «Baluarte», miles de militares han llevado a cabo 834 actuaciones de descontaminación (sólo en la Comunidad de Madrid han sido 782), de las que 715 han sido en esos centros para realizar pruebas y unas 65 en residencias.
Además, han seguido prestando otros apoyos, como el montaje de carpas para la realización de tests o para ampliar de forma preventiva la capacidad en los hospitales militares, a los que también prestan otros apoyos, como el logístico ocontra los ciberataques.
Rastreadores
Pero quizás la más llamativa en esta fase sea la labor de rastreo. Para ello, Defensa comenzó a formar de manera telemática a uniformados para, por un lado, evitar la propagación del virus en el seno de las Fuerzas Armadas. Y, por otro, ponerlos a disposición de las comunidades.
Inmediatamente las autonomías comenzaron a solicitar rastreadores militares y en la actualidad hay 7.500 efectivos formados y 4.415 activados para desplegarse en cuanto se les mande. Hasta ahora, han colaborado con todas las comunidades, salvo con Cataluña y País Vasco. Las que más ayuda de estos profesionales han requerido han sido Castilla y León, Andalucía y la Comunidad Valenciana.
Y desde que comenzaron a rastrear han contactado ya con cerca de 781.000 ciudadanos, incluyendo a casos positivos y posibles contactos estrechos. De media, hablan cada día con casi 9.000 personas, ante las que se presentan como lo que son: militares. Algo que llama la atención a muchos de los que responden al otro lado del teléfono y que ha servido también para que les conozcan un poco más.
La última de las capacidades de las Fuerzas Armadas puesta a disposición del Gobierno ha sido el apoyo al transporte de las vacunas. En concreto, tanto el Ejército del Aire como el de Tierra han colaborado en su traslado a las islas, a Ceuta y a Melilla.
Sin olvidar sus misiones
Todo esto lo han llevado a cabo las Fuerzas Armadas mientras no dejaban de lado ninguna de sus misiones habituales. Así, han continuado participando en las operaciones en el exterior (en algunas se redujeron los contingentes como medida de prevención tras algunos positivos), con más de 2.000 militares desplegados en unas 15 misiones.
O han seguido protegiendo el espacio aéreo y las aguas territoriales con cazas y fragatas dentro de lo que son las Misiones Permanentes de las Fuerzas Armadas. O luchando contra los incendios el pasado verano. Incluso han llevado a cabo otro tipo de apoyos a los ciudadanos, como cuando en abril, en lo más duro de la pandemia, instalaron un puente en Tarragona que había sido destruido por un temporal. Más recientemente, colaboraron en la instalación de campamentos en cuarteles en desuso para acoger a los miles inmigrantes llegados a Canarias en los últimos meses.
La factura: más de 70 millones
Este despliegue sin precedentes también ha tenido un coste económico importante para unas Fuerzas Armadas con pocos fondos. Han sido más de 70 los millones destinados a esta lucha, sobre todo para la adquisición de material sanitario y de protección.
Por ello, Pedro Sánchez, les transmitió su agradecimiento en Navidad, pero no como presidente, sino «como portavoz de un país que os admira y que está orgulloso de vuestra labor».