El análisis

Maestros del desgobierno, por Jorge Vilches

«Filomena» ha encontrado al Gobierno de vacaciones, como en verano cuando se avecinaba la segunda ola del virus

Este gobierno socialcomunista se ha encontrado en tan solo un año con dos catástrofes de distinta magnitud que han puesto a prueba su capacidad ejecutiva. 80.000 muertos por la COVID-19 y medio país paralizado por la falta de previsión ante un temporal, el “Filomena”, del que avisó la AEMET, la Agencia Española de Meteorología. No es difícil imaginar qué pasó con los doce informes que la Dirección Nacional de Seguridad, adscrita a Presidencia, envió al Gobierno advirtiendo de la pandemia antes de marzo de 2020. Tampoco hay que ser un lince de la administración para sospechar que la AEMET envió su pronóstico al Gabinete de la ministra para la Transición Ecológica, hoy día desaparecida en combate, y que hicieron oídos sordos.

El caso es tan de manual que permite, citando al jurista Alejandro Nieto, deslindar lo que se entiende por desgobierno, mal gobierno y mala administración. Esto último es cuando la gestión es desacertada, pésima, pero estuvo bien planificada. Lo segundo, el mal gobierno, es cuando se fijan políticas públicas erróneas que llevan al desastre. Por ejemplo, subir salvajemente los impuestos y que esto paralice la economía, genere desempleo, congele el consumo y provoque una enorme crisis. Hay que reconocer que los socialistas de todos los países son expertos en esto, y que los sanchistas y sus aliados podemitas parecen resueltos a repetir el descalabro. Estas dos formas del mal tienen solución con unas elecciones que cambien el gobierno. El problema es cuando se trata de desgobierno; esto es, cuando existe la intención de que las cosas salgan mal a alguien o a todos. Esto es lo que ha pasado en España.

El Ejecutivo de Sánchez e Iglesias se desentendió de sus funciones, aparcó la coordinación con las autonomías, y prefirió que esas dos grandes calamidades -me refiero al virus y a la nieve-, corrieran su curso. Obviaron los avisos y entorpecieron la compra de material sanitario en marzo, lo que provocó un retraso que se pagó con vidas. Cuando el virus se desbocó, dejaron que fueran las autonomías quienes solucionaran cada una sus problemas. Eso sí; pusieron el acento negativo en aquellos territorios gobernados por el PP y Ciudadanos para lanzar la opinión pública contra ellos. La campaña de mentiras y abandonos conscientes fue dura. De hecho, Iglesias no pasó por ninguna residencia de ancianos a pesar de ser el vicepresidente de derechos sociales, ni Pedro Sánchez se atrevió a visitar un hospital madrileño, ni siquiera Ifema, hasta que Ayuso estuvo de visita en Cataluña.

El temporal “Filomena” ha encontrado al Gobierno de vacaciones, como hicieron en el verano de 2020 a pesar de que se avecinaba la segunda ola del virus. Grande-Marlaska, el ministro del Interior, tardó solo treinta minutos en decir a Almeida, el alcalde de Madrid, que no iba a recibir ayuda por zona catastrófica. Ábalos, ministro de Transportes y Movilidad, se rió de los particulares que habían cogido una pala para quitar la nieve de su calle y coche. Teresa Ribera, designada para la Transición Ecológica, no apareció, al igual que Pablo Iglesias, escondido tras la subida del precio de la electricidad. Además, luego nos enteramos de que únicamente se utilizó al 20% de la UME.

Este desgobierno se ha producido por la negativa del Ejecutivo a colaborar con otras administraciones en la previsión de la nevada, y en su día de la COVID-19, tanto como por su miedo a interferir en las competencias de las autonomías gobernadas por sus aliados nacionalistas. No obstante, este desastre no hace olvidar el mal gobierno y la mala administración de muchos pueblos, incluso grandes poblaciones, que casi una semana después de la nevada continúan con las calzadas y aceras congeladas.