José María Marco

Simón, el pago del descrédito

El personaje se repite, como cuando anunció que la cepa británica tendría una importancia marginal. Nadie le toma en serio

Desaparecido Salvador Illa, ese modelo de apparatchik dispuesto a lo que fuera para complacer al jefe, nos queda Fernando Simón como la reliquia viva de la pesadilla de esos meses pasados. Hoy su imagen y su personalidad han perdido brillo, medio borradas por un año de tragedia, 80.000 fallecidos, tres olas de pandemia (por ahora) e infinidad de despropósitos, ocultaciones y mentiras. Sigue ahí, sin embargo, y el descrédito no puede ocultar que durante meses fue la imagen de la política social podemita ante el Covid-19.

En un primer momento, se mostró dispuesto a asumir el papel de portavoz de la Ciencia, con mayúscula, aquello que Sánchez gustaba de invocar para justificar su inacción. Simón ejerció entonces de científico despistado, entre el médico de cabecera y el voluntario de una ONG progresista, un ser inocente, incapaz de decir algo que no fuera verdad, escogiendo con cuidado el término preciso y comprensible a la vez… el encargado de suscitar la confianza del pueblo en el gobierno. Pronto nos dimos cuenta de que aquella nueva versión del buenismo de tiempos de Rodríguez Zapatero era, simplemente, el encargado de comunicar la política gubernamental, ajena a la menor racionalidad científica. Simón no era un portavoz médico. Era, y sigue siendo, el portavoz del Gobierno y, al mismo tiempo, el encargado de proporcionar a la política gubernamental un apariencia científica, sistemáticamente desmentida –pero eso es lo de menos– por la realidad.

Llegó entonces la rebelión contra aquel portavoz gubernamental. Fue cuando la imagen de Simón, relajada y cool, empezó a ser comprendida como una falta de respeto, por no decir algo más contundente. Aquello no arredró a Simón, que asumió el juego partidista y cultivó con más esmero aún su apariencia. Una parte de la opinión pública decidió seguirle el juego y lo transformó en icono político-pop del sanchismo. A Simón, evidentemente, le gustó aquel nuevo papel. Descubrimos entonces su veta narcisista, que aparecería con más intensidad cuando empezamos a dar por superada la primera ola, Sánchez declaró la derrota del covid y lanzó la célebre consigna «A disfrutar», como Illa le recomendó luego que hiciera a su sucesora en el Ministerio de Sanidad.

Llegó entonces el Simón que sabe y quiere enseñarnos cómo desconectar: en su caso, practicando el surf y rodando episodios televisivos. Era la confirmación de que el portavoz gubernamental se cree en un reality. Incluso llegó a adoptar una pose irónica, cuando apareció con la jocosa mascarilla de tiburones en la ceremonia pagana del Palacio Real. Nunca como entonces Simón alcanzó tal perfección en la representación de lo que ha sido la política del gobierno ante la pandemia. Lo que ha venido luego, no ha superado aquella estupenda performance. Desde entonces el personaje se repite, como cuando anunció que la cepa británica tendría una importancia marginal. Pero ya nadie se lo toma en serio.

En vista de todo esto, el sueldo que el Gobierno le tiene asignado, tal como revela hoy LA RAZÓN, se antoja pequeño. Evidentemente, es mucho más de lo que suele cobrar un funcionario. Se acerca a lo que cobra Sánchez y supera el de su propia ministra Darias. Y quedan además, algunas incógnitas, como esos «pluses» que la aversión del Gobierno social-podemita a la transparencia y la rendición de cuentas sigue manteniendo ocultos… Aun así, seamos generosos: el espectáculo que Simón ha aceptado protagonizar y la ruina total de una reputación bien valen unos miles de euros.