Memoria Histórica
La mujer de Franco, aquella señora de negro que repartía caramelos
Los vecinos de Frumales (Segovia) no olvidan la visita de Carmen Polo en 1958, que aseguran se llevó una pila románica del pueblo al Pazo de Meirás. La quieren de vuelta o que se reconozca su procedencia
La mañana del viernes 3 de octubre de 1958 quedó grabada a fuego en la memoria local de Frumales, una localidad segoviana que entonces rebasaba por poco los 300 vecinos y cuenta hoy con 124 censados. Aquel día hizo su entrada en el pueblo una comitiva cuyo número y composición varía según los testimonios, pero que al parecer estaba formada por un par de motoristas de escolta, un coche «negro, muy llamativo», y al menos un camión –hay quien habla de dos– dotado con una grúa, y ocupado por soldados y algún mando del Ejército a su cargo.
El grupo aparcó junto al ayuntamiento para llevar a cabo la misión que había sido encomendada por la mujer que viajaba en el coche, que descendió del señorial vehículo y fue reconocida al instante y sin atisbo de duda por los lugareños que pudieron verla: era Carmen Polo, esposa de Francisco Franco, el Caudillo y Generalísimo al mando de aquella España «una, grande y libre».
Según ha recogido la tradición oral de Frumales, el grupo se encargó de izar y transportar una pila bautismal románica que se encontraba en el corral de lo que entonces era la casa del sacerdote. Mientras, la mujer de Franco fue acompañada en procesión por los niños de la escuela, que portaban una cruz, hasta la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, a pocos pasos del centro del pueblo. Cuando la pila ya había sido cargada, Carmen Polo se subió al coche y, en dos paradas sucesivas, sacando la mano por la ventanilla, ofreció un puñado de caramelos a los pequeños que asistían a aquella extraña visita que les permitió saltarse las clases de la jornada. Tras aquel gesto, los vehículos emprendieron la marcha y se perdieron en dirección a la carretera general.
Nunca más se supo de la pila románica hasta que una periodista de «La Voz de Galicia», con raíces frumaleñas, la encontró en el inventario de los objetos del Pazo de Meirás, devuelto al Estado de forma provisional por decisión de un juzgado de La Coruña el pasado septiembre. Sara Cabrero, que lleva conviviendo con la historia «toda la vida», lo escuchaba en casa, y se oía «de todo el mundo», asegura. «Preguntes a quien preguntes en Frumales te va a decir. Pasó de abuelos a hijos y nietos, un tema del que siempre se hablaba».
Cuenta la joven que recuerda a su padre «investigando, junto con Olegario Acebes», estudioso y curioso del acontecer local, «cada uno por su lado», pero «estos últimos años nos pusimos a ello más concienzudamente».
Recuerda Sara que en 2011 «se obligó a la familia Franco a que abriera el pazo durante unos días al año, en grupos muy reducidos». En esas primeras visitas, una amiga del padre de la periodista, «que llevaba escuchando el relato desde siempre», preguntó a uno de los guardas de Meirás sobre el paradero de «unas pilas de Castilla y León», y el hombre dijo que le «sonaba que había alguna por el jardín». La mujer sacó una foto que mostró al padre de Sara. La enseñaron en el pueblo y «sí hubo gente que la reconocía». Pero quedó ahí. «No le dimos más vueltas porque además el pazo seguía siendo de los Franco, y pensamos que con el tiempo se intentaría».
El pasado diciembre, cuando se publicó el inventario de la finca, «lo primero» que hizo Sara Cabrero fue indagar sobre su contenido, «y nos encontramos con la foto que ya teníamos». Movieron la imagen de nuevo, y fue «más ampliamente reconocida».
La pregunta inevitable es por qué llega a Frumales Carmen Polo en busca de esa pila. Según explica Sara, «había un anticuario en la zona que además debía pintar unos frescos espectaculares, y se dedicaba a hacer arreglos en las iglesias de los pueblos del Mar de Pinares». El personaje en cuestión «estaba muy puesto en temas de arte, y tenía fichadas» las piezas de interés. «La inmensa mayoría desconocía su valor», pero él «sí sabía, y nos han contado que Carmen Polo visitaba a este señor, que le indicaba dónde tenía que ir».
Sobre el terreno
El jueves, cuando llegamos a Frumales solo queda una furgoneta del «mercadillo» que cada mañana surte de lo primordial a los 80 vecinos que viven de forma permanente entre unas contadas calles a las que asoman viviendas centenarias, otras construcciones más acordes con un pueblo cualquiera y modernas casas de piedra. Todo está limpio y cuidado. No hay casi gente en la calle, pero delante del ayuntamiento nos esperan Javier Sanz, alcalde por el PP desde 2019, y Olegario Acebes. A un costado de la plaza destaca un frontón de 1922, mudo testigo del episodio que venimos a rescatar. Nos encontramos en el lugar donde Olegario, con cuatro años, recibió un puñado de aquellos caramelos que le ofreció a través de la ventanilla del coche negro una mujer de la que solo pudo ver su mano.
El alcalde cree que la pieza románica en litigio se llevó al pueblo desde una iglesia del cercano despoblado de Aldehuela, y «siempre estuvo» en el patio trasero del cura, «donde jugaban los niños», hasta que «un anticuario de Sanchonuño» –coincide con Cabrero– «hablaría con el cura», y de ahí «llegaría» el «informe» a la señora de El Pardo. «Porque de aquí se han llevado más cosas», denuncia el regidor, «como un retablo que está en Segovia e imágenes de santos que había en la sacristía».
Olegario Acebes, maestro jubilado que se ha desplazado desde el vecino Cuéllar, donde ahora vive, puntualiza que «no hay registro oficial» de la visita de Carmen Polo, aunque «sí se avisó de que venía al ayuntamiento», que a su vez «puso en alerta a la escuela». Una vez llegaron a la iglesia, ella entró y a los niños que la habían acompañado les dejaron ir. «Algunos estaban pendientes no de la señora, sino del camión, porque era la primera vez que veían uno en su vida, y más con grúa, así que presenciaron cómo los soldados sacaron rodando la pila y ya en la calle la levantaron con la pluma», rememora Olegario a la vera de una olma centenaria.
Afirma Acebes que estaba «al tanto de todo el párroco», que franquea la entrada de su casa, y acoge a la mujer de Franco en la ermita. «Venía a cosa hecha», apostilla, «y no era la primera vez que lo hacía por esta zona; ella y otros señores de las Cortes». Recuerda a su vez Olegario la figura de ese pintor-anticuario, al que algunos sacerdotes pagaban sus trabajos con objetos fuera de culto, «o él veía otras piezas de las que podía informar» y facilitar un «trueque» que podía significar la «salvación» de un destino impropio. Como en el caso de la pila, que usaban como «bebedero de gallinas» hasta que los soldados cargan con ella. Ya «había colaborado» este personaje con el Gobierno de la República, y así por ejemplo «compró a lugareños objetos en cuyas tierras se descubrió el yacimiento visigodo de Castiltierra, que vendió después al Estado». Olegario no recuerda su nombre, pero se trata de Juan García Sánchez, a quien precisamente va a ver Carmen Polo a su casa de Sanchonuño ese mismo octubre de 1958, como reseña la prensa local: «Visitó esta localidad la esposa de S.E. el Jefe del estado, doña Carmen Polo de Franco. Aunque el viaje era de riguroso incógnito, el vecindario la dispensó un cariñoso recibimiento». García es un reputado pintor y artista del hierro forjado que deja su impronta en toda la comarca. Su relación con la esposa del Caudillo está por lo tanto fuera de duda, y de ahí a la conexión con Frumales hay solo un paso.
Coinciden Sara, Javier y Olegario en la imposibilidad de demostrar que la pila es del pueblo. «Desapareció en plena España profunda, y el problema es que no hay ningún documento, ni fotos, ni papeles», dice la periodista. «No tenemos nada escrito, pero las manifestaciones orales son tantas que es tan cierto como la vida misma», tercia el maestro, que cree que los expertos podrían cotejar el estilo de la pieza con el de una losa con una cruz y un Cristo que hay en la tapia del viejo cementerio junto a la iglesia, cuyas características son muy similares.
«Si la pudiéramos traer, bien, pero somos conscientes de que es muy difícil, y pensamos que si está en manos de Patrimonio se verá más, lo único que pedimos es que pongan una chapa explicando su procedencia», apunta el alcalde, que advierte además de que la pieza «en realidad es del Obispado, no es nuestra. Es un tema muy complicado, ellos dicen que no saben nada».
«Nos duele, pero tenemos que valorar si queremos sangrar al pueblo económicamente en una batalla que no sabemos cuál va a ser el resultado, y a la que tampoco llevamos todas las armas que tenemos que llevar», opina Sara en conversación telefónica desde La Coruña. «Es una historia que ha unido a un pueblo entero pero si tocamos palos legales es muy difícil».
Lo que sí ha conseguido este relato de los tiempos del No-Do digno de Berlanga es alterar por completo la vida de Frumales, que durante toda la semana ha visto desfilar a periodistas de radio, televisión y prensa escrita. «Está el pueblo revolucionado, no tenemos aquí nada y esto es algo muy grande», nos dice su alcalde. «No nos imaginábamos que iba a generarse esto; ni un 1% de lo que se ha montado», apunta Sara Cabrero, autora de un reportaje que ha sacado todo a la luz.
Cada cual da su opinión. Cristina Merino, dueña de la casa rural de Frumales, ve «muy fuerte que se llevaran la pila», aunque cree que era «lo normal en aquellos tiempos de la dictadura». Ramón Gozalo, agente de Medio Ambiente y dueño desde hace 17 años de la antigua casa del cura, nos muestra el jardín donde se encontraba la pila. «Nunca hubiera pensado en un hecho histórico tan curioso aquí mismo». Jesús Acebes, hoy con 76 años, camina con dificultad por la calle, se para y recuerda de aquel 3 de octubre de su infancia «mucho jaleo», y «la grúa» del camión.
Francisca del Pozo, con 86 años, se distraía de pequeña con otras niñas en el corral del párroco. «Cuando dábamos guerra nos decían “id a jugar a la pila”». Recuerda «como si estuviera viéndola ahora mismo» a Carmen Polo. «No se me olvidan los zapatos que traía, negros, con tacón fino». La mujer de Franco vestía también del color del luto, y llevaba «dos collares blancos».
El padre de la frumaleña tenía una cantina, e «invitó a los del camión a un jarro de vino». Paca, como la llaman sus paisanos, quiere la pila de vuelta. «En aquella época decíamos que por qué se la había llevado y ahora decimos que por qué no nos la dejan traer».
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