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Pablo Iglesias: El caimán sueña con enterrar 1978

El vicepresidente dice que abandona el Gobierno para jugar Madrid pero, en realidad, lo guía el aborrecimiento de la libertad

Caricatura Pedro Sánchez y Pablo Iglesias
Caricatura Pedro Sánchez y Pablo IglesiasToño BenavidesLa Razón

Pablo Iglesias vuelve a Madrid, a pelear con Isabel Díaz Ayuso, ahora que Podemos ha quedado para ejercer de criado del nacionalismo y prologuista de sueños de aldea. Iglesias quiere encarcelar a su ex compañera de tertulia, nueva reina de Sol, que tiene a los cabezas de huevo en Moncloa al borde del infarto. Antes de prometer galeras para su rival, Iglesias, que veía los sondeos del partido y barruntaba las postrimerías, había pedido intervenir en las redacciones y amordazar a los cronistas. Modificar el relato debe de ser esto. Si no puedes cambiar el runrún de los periódicos, los expropias.

El comandante en Podemos prefiere mil veces Caracas, donde tanto viajó, a Bruselas. Habla de Dinamarca, pero lo suyo es la Cuba del hambre antes que la Europa de los mercaderes, la democracia tutelada, verde oliva y asamblearia, frente al liberalismo y sus correcciones para evitar galopes autocráticos. Sus filípicas, su denuncia del capitalismo, su porte y pose de apocalíptico, distinguen a un tipo harto de vivir las revoluciones por persona o libro interpuestos. Está empeñado en que sus tiempos sean tan interesantes como oscuros. Nunca hemos sufrido más la precarización de los profesores universitarios que con Iglesias y sus colegas. Ya que no progresaron en la academia lo harían en las tribunas, a costa nuestra. Por el camino pudo comprarse un chalé de patricio. El resto sufrimos la corrosión del sistema.

El discurso de Iglesias es el de un tribuno con el contador sentimental detenido en el 73, golpe contra Allende en carne viva. Prefiere ir de la mano de Bildu y ERC antes que reconocer las aportaciones históricas del PCE a la consolidación de la democracia. Lejos de ser un zorrocotroco, como Francisco Frutos, que viajó a Barcelona para denunciar la deriva supremacista y subrayar las raíces obreras, quiere arrebatarle al PCE los honores de haber coparticipado en el pilotaje de la Transición. La Constitución del 78 no fue un regalo graciosamente concedido por los restos del búnker ni el franquismo por otros medios, sino un documento memorable, que inaugura un tiempo de concordia, en cuyo honor todos cedieron. El PCE fue Carrillo con Fraga y Jordi Solé Tura junto a Gabriel Cisneros, Herrero de Miñón y Peces- Barba.

Prefiere la mano de ERC y Bildu

El PCE fueron Pasionaria y Rafael Alberti de vicepresidentes de la Mesa de Edad del Congreso y la aceptación de la bandera en el Comité Central. El PCE fueron 40 años de resistencia antifranquista, represión y cárcel, y estas palabras de 1956, donde el partido apuesta por la reconciliación nacional al acercarse el XX aniversario de la Guerra Civil: «No hemos cesado de preconizar la unión nacional de los españoles, de insistir en la necesidad de cerrar el foso abierto por la guerra civil entre unos y otros, de encontrar un terreno común para impulsar el desarrollo nacional y elevar el bienestar de los españoles». «Fuera de la reconciliación nacional no hay más camino que el de la violencia; violencia para defender lo actual que se derrumba; violencia para responder a la brutalidad de los que, sabiéndose condenados, recurren a ella para mantener su dominación (...) Crece en España una nueva generación que no vivió la guerra civil, que no comparte los odios y las pasiones de quienes en ella participamos. Y no podemos, sin incurrir en tremenda responsabilidad ante España y ante el futuro, hacer pesar sobre esta generación las consecuencias de hechos en los que no tomó parte».

Pero Arnaldo Otegui, coordinador de EHBildu, ha sido invitado por Izquierda Unida a su XII Asamblea. Escucharle decir que «vuestra suerte es también la nuestra», sabiendo que militó en una organización anti española, diseñada para el asesinato político, responsable de la inmolación de cientos de inocentes, es un insulto para los viejos militantes, que deberían de comerse el cárnet cada vez que un tipo como Iglesias vomita que en España hay presos políticos o que opina que sólo ETA leyó bien el régimen del 78.

Podemos nació en el sueño de las acampadas, cuando la indignación floreció en las plazas como un venero castizo y duro. La gente salía de las asambleas con el pecho ligero, convencida de que era posible repensar España, que no estábamos obligados a elegir entre el despelote de las oligarquías y el serrucho de los hombres de negro. De entre todos los líderes nacidos al calor de las votaciones con el dedito alzado destacaba Iglesias, que ya mantenía una carrera paralela como tertuliano con aires de utopista. Podemos cristalizó en una pedrada de cinco millones de votos e Iglesias cometió la primera de sus espantadas, cuando abandona Europa para irse al Foro y postularse como Lenin portátil para tiempos líquidos. Como en la vida todo es ir cuesta abajo en la rodada desde entonces Podemos ha conocido puñaladas y escisiones mientras Pablo consolidaba una organización decorada a juego con sus neuras guerracivilistas.

Dice que abandona para jugar en Madrid. Todo forma parte del melodrama con el que ensucia la política desde que llegó para enterrarla. Lo guía el aborrecimiento de la libertad. Lo empuja un mesianismo de grano grueso, compatible con el ego de pavo real o gorila hipertrofiado. Lector de solapas, mendicante de la caridad tribalista, antagonista de los demócratas, ha confesado su emoción ante las imágenes de policías apaleados y, como escribimos en otra ocasión, gimotea en nombre del mismo Estado que quiere destruir. El caimán llorandero sueña con enterrar 1978.