El perfil
Iglesias, la vuelta del líder
Es brutal la cara dura de este hombre: de azote de la casta a propietario de un casoplón en las afueras de la capital, de criticar a los corruptos de toda condición a adalid del nepotismo pero pagado con el dinero de todos
Pablo Iglesias abandona el Gobierno para centrarse en lo que ya muchos califican, tristemente, como «La Batalla de Madrid». En estos días acabamos de zamparnos el último capítulo de su lacrimógena y fatua despedida mezclada ya con algunas de sus habituales «performances» de líder de clase. Entre las frases hechas y las proclamas al levantamiento popular se lamenta de que en el corto periodo de tiempo que ha estado como vicepresidente no consiguió mejorar la vida de los españoles por culpa de unos «poderes» que limitan la acción de los gobernantes y el progreso de la democracia. El mal, ese señor gordito vestido con frac y chistera que se fuma un puro enrollado en un dólar, pudo más que su responsabilidad política. ¡Qué malos son!
Es intrigante la figura de este personaje que sin reinventarse, siempre bajo el mismo disfraz de mártir revolucionario, pasa de una casilla a otra en una especie de juego de la oca sin que jamás pierda una sola mano. De agitador de las masas proletarias a tertuliano televisivo, de profundo profesor universitario a endeble entrevistador con preguntas pactadas en la tele iraní, de azote de la casta a propietario de un casoplón en las afueras de la capital, de criticar a los corruptos de toda condición a adalid del nepotismo pero pagado con el dinero de todos. Es brutal la cara dura de este hombre. Ahora frente a Ayuso retoma la retórica de la barricada, ¡la praxis y el programa!, para «frenar al fascismo» en el corazón de España bajo el artificio habitual de la propaganda comunista. En su «show» aprovechó para ponerse gallito ante un grupo de matones de barrio que le querían joder el mitin y así lograr la excusa perfecta para agitar la bandera roja, volver al tostón de las canciones de Manu Chao y desempolvar el look de las «manifas». La matraca de siempre con tal de mantener abierto su chiringuito a costa de polarizar a una sociedad que espera soluciones de los políticos y no que se vayan por la gatera cuando les interesa a ellos, a su partido o a su familia.
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